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Tribuna:EL PERSONAJE
Tribuna
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Ramón Palacios, el espejo de Bartolín

Cuando por fin se consiga poner orden en Doñana, nuestros conservacionistas tienen que ocuparse de Ramón Palacios, más conocido por Don Ramón o Don Ramone, alcalde de La Carolina, último señor feudal vivo y en activo en Andalucía. A sus setenta y siete años Don Ramón goza de buena salud. De eso no hay que preocuparse. Don Ramón ha sobrevivido a todo: al disgusto que le dio la muerte de Franco, a la Audiencia Nacional que le acusó de apología de la rebelión, al Tribunal Supremo que le abrió causa por un asunto de compra de votos... Ha logrado superar éstas y otras pruebas, pero el mayor revés de su vida, según ha reconocido él mismo, ha sido la aventura del ya famoso Bartolín, protegido y admirador de Don Ramón, hoy en el banquillo del grupo mixto. No cabe duda de que Don Ramón es un hombre de principios, uno de los últimos que quedan en Andalucía. Sólo un hombre de principios se atreve a jugarse un procesamiento por apología a la rebelión al decir lo que dijo en 1984, tres años y medio después del 23-F, al celebrar la batalla de las Navas de Tolosa que -también es casualidad- se conmemora un 17 de julio: "España tiene que renacer de nuevo y tiene que haber lo que hubo hace 48 años: una nueva España..." Y, por si hubiera dudas, dirigiéndose a un general que estaba presente, le animó: "Tenemos, mi general, las esperanzas puestas en el Ejército español. Sabemos las dificultades que estáis padeciendo, pero tiene que haber un nuevo amanecer..." Como se ve, Don Ramón no es muy demócrata. No se puede tener de todo en la vida. Este hombre viene siendo alcalde de La Carolina desde 1960, con sólo dos paréntesis: desde 1976 -en que fue designado consejero del Movimiento- hasta 1980, y desde 1989 hasta 1995, en que volvió, gracias a las urnas, a la que era vieja sede del Consejo del Movimiento, convertida ya en Senado. Terrateniente y hombre de fortuna, más que alcalde ha sido y es el auténtico señor de La Carolina. Consecuentemente, durante sus mandatos, el Ayuntamiento ha sido también bastante más que un Ayuntamiento. A Don Ramón se acudía, y se acude, para cualquier cosa: a pedir trabajo, a presentar a la novia y recibir su tácito consentimiento para la boda, en busca de ayuda para pagar el recibo de la luz... Don Ramón conserva estos viejos hábitos que están en desuso en la Europa del fin del milenio y son más propios de nuestro pasado feudal o de la Sicilia eterna. Para todos -o, al menos, para todos los que considera suyos- tiene consuelo. De ahí la popularidad que le permite ganar las elecciones. Esta generosidad provoca a veces algún mal entendido, como el que le llevó al Tribunal Supremo por compra de votos en las elecciones autonómicas y europeas de 1994. El asunto quedó archivado por falta de pruebas. En cualquier caso, el volumen de los votos supuestamente comprados no era muy grande, unas docenas, un número insuficiente para lograr la victoria, apenas el vestigio de unas maneras caciquiles que, como el apéndice cecal, sobreviven sin más función que la meramente testimonial. A estas alturas del artículo, el lector se habrá preguntado ya qué hace un hombre como éste en un partido que no sólo se declara de centro sino que, desde que la suegra de Tony Blair pasó por Doñana, se dice incluso de centro-izquierda. Buena pregunta, porque este hombre es mucho más que alcalde de La Carolina: desde hace cinco años es presidente del Comité Electoral del PP de Andalucía, puesto nada decorativo que le permite el control de las listas electorales de su partido. Como se ve, los poderes de Don Ramone traspasan con mucho los límites municipales de su pueblo. Dicen que el éxito de Don Ramón reside en su omnipresencia y en su facilidad para hacerse imprescindible. El día del atentado contra Aznar fue corriendo a Madrid y se ocupó de los hijos del hoy presidente. Este gesto de familiaridad revela la confianza que los actuales inquilinos de la Moncloa tienen en él. Pero, a veces, su partido, el muy ingrato, se avergüenza de Don Ramón. Hay líderes del PP que le rehuyen cuando hay fotógrafos cerca y en la última campaña electoral el pepemóvil de Arenas pasó por La Carolina a la hora de comer para evitar la engorrosa compañía de los periodistas. Él, en cambio, como si fueran trofeos de caza, exhibe en su despacho sendas fotos en las que posa con Arenas y Aznar. Inasequible al desaliento y a los desaires, es capaz de cualquier cosa con tal de agasajar a los responsables políticos de su partido. Por su finca de La Carolina han pasado todos los dirigentes del PP. En vísperas de la última victoria electoral les preparó incluso una cena con sorpresa final. A los postres, y sin que nadie la esperara, apareció el mito erótico de la derecha española: Norma Duval, el prototipo de mujer-mujer, según la adorable terminología empleada por José María Aznar. Y es que Don Ramón está en todo. Ya no van quedando caballeros así.

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