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Reportaje:

Una factoría de ciclistas

A rueda del fútbol, proliferan ahora equipos ciclistas aficionados que actúan como filiales reconocidos de los grandes grupos profesionales. En España, Banesto asimiló hace décadas este modelo que ha forjado figuras como Induráin, Santi Blanco o José María Jiménez. Sin embargo, ni siquiera el todopoderoso Banesto puede exhibir los éxitos del Kaiku, por su trayectoria el mejor conjunto aficionado del mundo. Creado en 1983, del Kaiku han saltado al profesionalismo 70 ciclistas. Entre ellos, Abraham Olano, el único campeón del mundo en carretera que ha dado el ciclismo español; Mikel Zarrabeitia, su penúltima esperanza; Herminio Díaz Zabala, modelo irrepetible de gregario; Juan Carlos Domínguez, quizás el único dotado por estas latitudes con un auténtico perfil de clasicómano. Hay más. García Camacho (ex campeón de España), Uriarte, Txente García, Martín Perdiguero, Alberto Martínez, Odriozola, Chaurreau, Barrigón... Y hubo otros. Algunos, como Jesús Montoya, segundo en la Vuelta de 1992, asustaron por su capacidad de sacrificio: no visitó a su familia murciana durante el año que pasó solo en una pensión donostiarra. Lo que arrancó como una afición compartida por cuatro amigos (Agustín Lasarte, ex director comercial de Gurelesa, Luis Miner, Félix Ugalde e Iñaki Juanicorena, éste todavía director de la formación) pronto se convirtió en una factoría de figuras, un rodillo de triunfos: más de 500 en los últimos quince años, incluidas todas las vueltas españolas. Por la sede de la JOCC de Hernani, sociedad fundada en 1959 y en la que está inscrito el equipo, han pasado desde 1983 cerca de 300 ciclistas aficionados, la mayoría vascos, pero también buena parte de los mejores corredores del país y numerosos extranjeros que buscaron su oportunidad en el País Vasco, cuna del mejor ciclismo no profesional. El alma del equipo Director y alma del equipo, Iñaki Juanicorena ha dirigido a corredores norteamericanos, suecos, holandeses, daneses, guatemaltecos, franceses, noruegos, belgas y un ruso, Gavrilov, que fue campeón del mundo juvenil. Todos con la misma obsesión: "andar más" y pasar a profesionales. Esta doble fijación de sentido único arrastra consigo, a partes iguales, dramas y alegrías que impiden a Juanicorena, ingeniero de profesión, renunciar a su puesto. Juanicorena dirige ilusiones de altos vuelos, muchas de ellas destinadas a marchitarse: "He tenido corredores que con 25 o 26 años tenían que colgar la bici porque nadie les quería en profesionales. Eran chavales sin estudios, sin trabajo, cuyas familias pasaban además por dificultades económicas", explica el director del Kaiku, más marcado por los que se quedaron "tirados" que por los que dieron el salto. El equipo, que lució propaganda de Gurelesa y Frinat antes de que varias empresas lecheras vascas se fusionaran para crear Iparlat y decidiera publicitar en los pelotones la leche Kaiku, renueva su compromiso con el ciclismo de año en año, más por una cuestión sentimental ("no necesitamos ganar carreras para hacer publicidad") que por intereses económicos. El año pasado, con 10 millones de presupuesto obtuvieron 32 victorias, lejos de un récord irrepetible: 75 triunfos en una campaña. Este año, el más flojo, sólo llevan cuatro. ¿Declive o transición? Más bien lo segundo, producto de la necesidad de adaptarse a la nueva realidad del ciclismo aficionado. Cuando sólo cinco o seis equipos podían considerarse organizados (buenas equipaciones, sueldos, etc.), éstos se repartían los éxitos... que se le escapaban al Kaiku. Juanicorena recuerda a Xabier Lazpiur (ex profesional de Banesto y Euskadi) y a Werner Nijboer (fallecido) esforzándose por esperar a un tal Mikel Zarrabeitia que tenía que ganar por correr cerca de su casa. También recuerda una carrera en Navarra en la que diez de sus hombres se colaron en un abanico de once; el invitado, un belga llamado Van Dyck, ganaría la prueba. "El panorama actual beneficia al ciclismo, explica Juanicorena. Ahora no todos se pegan por correr en mi equipo o en Banesto, porque han nacido muchos otros con presupuestos superiores. Ya no ganan siempre los mismos, las fuerzas están mejor repartidas". Pese a todo, su teléfono sigue sonando. "Me ofrecen corredores de todas partes, la mayoría extranjeros, pero con los de aquí tengo casi de sobra, aunque los vascos estén empezando a acomodarse, porque lo tienen todo". Por cuestión de carácter, Juanicorena sitúa en las antípodas a aquellos que un día aterrizaron en el piso de Hernani que el equipo ponía a disposición de los extranjeros, o a los que ahoran viven en casa de Eugenio Goikoetxea, técnico del conjunto, como su hermano Jon, ambos indispensables en la organización del grupo. "Los que vienen de fuera se toman el ciclismo como una inversión, como una carrera universitaria. Les alojamos, alimentamos y ganan un dinerillo. Si les sale bien, se ganarán el pan como profesionales; de lo contrario, regresarán a casa. Están muy centrados en lo que hacen". Las paradojas del destino, los giros imprevistos iluminan la conversación de Juanicorena, que nunca habría atribuido tamaño potencial a Abraham Olano. "En cambio", apunta, "nunca existirá un aficionado como Xabier Lazpiur". Una complicada lesión apartó rápidamente al guipuzcoano del profesionalismo, al que llegó acumulando exhibiciones con el maillot blanquiazul del Kaiku. "Era capaz de hacer en carrera cualquier cosa que le pidieras. Podía escaparse en cualquier parte y era más rápido que un pelotón de 20 relevándose. Era increíble", recuerda Juanicorena, director, segundo padre, amigo, consejero y ogro de todos los que han pasado por el equipo.

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