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EL PERSONAJE

José Luis Blanco, el consejero asilvestrado

En política, como en los patios de los colegios, lo importante es hacerse un grupito, formar pandilla, encontrar con quien compartir favores y apoyos que te aseguren "tener peso" y "ser alguien" en vísperas de un congreso o en los decisivos momentos en los que se forman las listas electorales. Los periodistas políticos, finos antropólogos, le atribuyen al consejero de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, José Luis Blanco, la adscripción tribal al grupo de Alcalá, llamado así en referencia al pueblo de la sierra gaditana de Alcalá de los Gazules del que proceden también otros dos dirigentes del PSOE: Alfonso Perales y Luis Pizarro. Los más estudiosos, incluso, distinguen con finura los movimientos de José Luis Blanco para crear su propia tribu, el grupo de la Janda, nombre que se corresponde con la comarca gaditana en la que se habría ido formando el clan que José Luis Blanco prepararía para atrincherarse cuando tenga que dejar la corte sevillana. Por pueril que parezca, en política, como en los patios de los colegios, se tiene poco porvenir si se encuentra uno sin respaldo. La muerte política acecha a quienes se quedan solos. Los entendidos ponen como ejemplo el de Juan Manuel Suárez Japón, convertido casi en un personaje de ¿Quién sabe dónde? después de ser destituido como consejero de Cultura y dando lugar a lo que incluso se ha llamado síndrome de Suárez Japón. El remedio más común contra el citado síndrome consiste en ocupar espacio orgánico, que es como en jerga partidaria se le llama a lo de hacerse con una pandilla en el patio de recreo. En esas está todavía José Luis Blanco, a quien después del desastre de Doñana se le augura escaso futuro en el Gobierno, no tanto por la responsabilidad que podría tener en la catástrofe de las minas de Aznalcóllar, que no parece mucha, como por la torpeza de sus actuaciones posteriores. Está claro que este hombre -que por su edad, 45 años, y profesión, maestro, responde al retrato-robot del dirigente socialista andaluz- no es persona de gran finura. En sus reacciones después del desastre de Doñana lo ha demostrado varias veces. Tiene José Luis Blanco un agraz sentido de la franqueza que puede irle muy bien a la gente del campo, pero que resulta de una hiriente prepotencia cuando lo utiliza alguien con poder, aunque sea con el exiguo poder del que pueda gozar un consejero de la Junta de Andalucía. En su afán de ir por la vida llamando al pan, pan, y al vino, vino, José Luis Blanco ha tenido después de la catástrofe de Doñana varias intervenciones notables, aunque quizá la más recordada sea aquella en la que calificó con lenguaje propio de la radio episcopal -"paparruchada de un cantamañanas", dijo- un informe sobre la situación elaborado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Hay ecologistas que creen incluso que la imagen del consejero deteriora su consejería y que las cosas no están tan mal, ni mucho menos, como se puede suponer escuchando a José Luis Blanco, al que califican de asilvestrado. Los ecologistas -que tuvieron muy buena relación con él antes de que llegara a la Consejería, cuando era delegado de Gobernación en Cádiz- creen que no ha entendido bien lo compleja que es su función y que está más interesado por la política que por su trabajo. No hay duda de que la política es lo que realmente le interesa a este hombre, que en medio de la grave crisis de Doñana aún ha tenido tiempo para darle una colleja a Alfonso Guerra llamándole "agorero" y acusarle de aprovecharse de la catástrofe para intentar "salir en la foto". (Dicho sea de paso, lo de darle un toque a Alfonso Guerra, cuando el ex-vicepresidente, antes tan temido, ya no tiene ningún poder, es casi una cláusula de estilo: la poco osada manera en la que los dirigentes socialistas muestran su entrega a la nueva situación del PSOE, con la misma devoción con la que los conversos de hace cinco siglos se atiborraban de productos del cerdo para probar su fe en la cristiandad y salvarse de las sospechas de fidelidad al judaísmo o al islam). Lo que nadie duda de José Luis Blanco es que es un político curtido, de esos que tienen el culo pelado después de asistir a cientos de reuniones tomando nota aplicadamente e interviniendo con mesura. Sin embargo, fuera de su ambiente se desinfla, quizá porque tiene dificultades para expresarse o porque, simplemente, carece de ideas que merezcan la pena ser expresadas. De él se dice, en cambio, que es buen gestor y que puso orden en las finanzas del PSOE, cuando hubo que ajustar cuentas al acabarse los años de vinos, rosas y maletines. Personas que lo han tratado últimamente, afirman que bastante antes de la crisis de Doñana se sentía ya incómodo en la corte sevillana y soñaba con regresar a su casita de Chiclana. Todo parece indicar que no pasará mucho tiempo antes de que pueda cumplir este sueño.

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