HACIA EL ROCÍO.
Los caballos de la fotografía, además de muy bellos ejemplares; son romeros con suerte: consiguieron embarcar sin retraso alguno mientras a golpe de abanico y embutidas en sus faralaes —ellos con traje corto— tuvieron que esperar más de cuatro horas las peregrinas afectadas por una caprichosa decisión: cuatro almirantes ordenaron varar una barca que la Armada había cedido al Plan Romero. No fue un capricho, no: los ilustres marinos gozaban del marisco en Bajo de Guía, paseaban un ratito por el río y a ritmo de palmas, menos mal, el pueblo que les paga, en tierra. Un almirante sigue siendo un almirante.
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