Dos mil años corriendo
Esse est percipi. Ser es ser retratado. He aquí el signo de nuestros tiempos. Bajo su influjo, mucha gente cree que no hay más acueducto de Segovia que el que puede ser fotografiado. Esto es: una obra de 958 metros de longitud y hasta 28 de altura, apoyada sobre 166 arcos y 120 pilares. No habiendo en cambio cámara, guía ni postal que registren los otros 12 kilómetros que corren enterrados desde la sierra hasta la ciudad, es como si no existieran y como si los romanos se hubieran entretenido en apilar tácticamente, sin usar argamasa, los 20.400 sillares del acueducto visible sólo para brindar una perspectiva fotogénica a los turistas del futuro.
En viejos textos, anteriores en 2.000 años a la fotografía, ya se explicaba que los ingenieros romanos conocían el sifón, pero no era aplicable a los acueductos porque el agua discurría por un canal abierto (specus, forma, canalis) provisto de ventiladores o aireadores cuando este caz había de ir bajo tierra (lumen, spiramen), tal cual sucede en el caso que nos ocupa. La toma de aguas de un acueducto, o caput aquae, podía ser un manantial, un lago natural o artificial.
O podía ser, como de hecho es, una pequeña represa o azud en el curso del río Frío, a 1.260 metros de altitud, en la vertiente septentrional del puerto de la Fuenfría, a la sombra del pinar de la Acebeda, no lejos de la calzada romana Segovia-Titulcia. El caput aquae de nuestro acueducto tiene fácil acceso a pie desde Valsaín, remontando la carretera forestal que pasa junto al cementerio y tomando, en la bifurcación que se presenta a un par de kilómetros del pueblo, por el ramal de la derecha.
Tres kilómetros más por el asfalto, y nos plantaremos junto al río Frío, por cuya margen derecha bajaremos hasta topar, en cosa de 10 minutos, la presa de bloques unidos mediante grapas y el canal de derivación que, con mínimas reformas -una hubo en 1924, según la inscripción de un sillar-, no ha dejado de conducir agua durante dos milenios.
Amplia cañada
Los registros y rebosaderos que asoman de trecho en trecho nos ayudarán a seguir la traza del canal, faldeando primeramente el cerro de Cabeza Grande por la cota de los 1.240 metros, entre el espeso jaral. Veremos luego cómo vierte sus aguas a un cauce de engañoso aspecto natural, el cual desciende bruscamente al fondo de la vaguada del arroyo de Tilviejo, donde vuelve a ser canalizado para ya enfilar directamente hacia Segovia. Cruzaremos con él, a continuación, la carretera de La Granja a Riofrío y, aprovechando el trazado de una amplia cañada -la antigua calzada romana-, lo seguiremos a cierta distancia, sin quitar ojo a los mentados registros, hasta salir a la carretera de La Granja a Segovia, ya en los arrabales de la capital, donde se pierde inexorablemente bajo los chalés.Carretera abajo, en el depósito de El Caserón, tendremos la última oportunidad de contemplar las aguas del río Frío -tanto las de la vieja toma como las procedentes del embalse de Puente Alta-. Y, más adelante, reconoceremos la venerable fábrica de una castella aquae, o torre de decantación, tras la cual arranca la arquería del acueducto visible. A él se refirió el Arcipreste de Hita, en el siglo XIV, como "la costilla de la serpiente Groya", mas nadie sabe qué quiso decir. Arpa de piedra le bautizó Zahonero. Y aguaducho le llamó Unamuno, por parecerle demasiado erudito -a él, que lo era a rabiar- eso de que el pueblo le dijera acueducto. Pero el pueblo, de siempre, le nombró la puente Seca o del Diablo, por la leyenda que atribuye a Satanás su construcción en una sola noche.
A diferencia del acueducto soterraño, que sigue llevando agua a El Caserón, el aéreo va seco desde el siglo pasado. Está previsto, empero, que para la primavera de 1999, cuando acaben las actuales obras de consolidación de arcos y pilares, vuelva a correr por su espinazo la linfa del río Frío, aunándose así de nuevo la piedra civil y la entraña húmeda y salvaje de la sierra, lo visible y lo invisible.
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