El rector en tiempos de mudanza
Cuando Europa empezaba en los Pirineos y concluía en el muro de Berlín, sus pobladores iban en veloces deportivos a ninguna parte y regresaban exhaustos del fin de aquel mundo al diván del psicoanálisis; languidecían en una atmósfera raída de carbón y acero; devoraban hígados de oca y tarta de queso: y leían, entenebrecidos y pálidos, el homo absurdus de Camus. Y, sin embargo, ellos eran los héroes de la historia de los escombros del viejo continente. Al otro lado del tabicón orográfico, sólo había sol, moscas, guardias y cuadrillas de bandoleros y sanguinarios matadores de reses bravas; por el este, tras los ladrillos de la barbarie, campaban las hordas asiáticas, los tanques del Pacto de Varsovia y una juventud despojada de la estética de los jeans. La concepción de Europa era una estrategia del mercado y un tatuaje en el lomo de Mr. Marshall. Durante mucho tiempo, el mapa no se movió de la elegante decadencia de Biarritz a la solemne puerta de Brandeburgo. Poco a poco, escampó la confusión y se vio una lejanía perfumada de arroz y pescado de roca, una fuente de sabiduría y un profesor que recordaba cómo Europa no era sólo su mitad occidental, sino también su otra mitad y el conjunto de sus contradicciones y conflictos. Ese profesor evoca levemente el autorretrato de Van Gogh, es ilicitano, catedrático de Historia Contemporánea y rector de la Universidad de Valencia. Hace cuatro años, el puesto que había dejado vacante Ramón Lapiedra, se lo disputó en las urnas a Francisco Tomás, y lo ganó. Los vicerrectores de ordenación académica se curten en la tempestad de un nuevo curso, como los pilotos que se atrevían a navegar por las turbulencias de Caribdis. Pedro Ruiz, que fue vicerrector de ordenación académica, lidera una valiente iniciativa, en momentos delicados de presión política, afirma Andrés Pedreño, empezando por una reagrupación de titulaciones en determinados centros, concebidos con coherencia, en un proyecto arriesgado por las difíciles y complejas resistencias que hay que superar. A sus 43 años y después de una segunda vuelta, Pedro Ruiz se estremeció con el estallido espumoso que despejó el desenlace y lo plantó en el rectorado: lo contemplaban cinco siglos áureos de docencia en la alacena de la memoria, y el impulso de un programa riguroso de innovación y progreso, para poner al día la venerable institución. De inmediato y con su equipo de briosos vicarios, se franqueó el riego democrático y reverdeció la autonomía académica; se esmeriló la calidad de la enseñanza; y se tonificaron los planes de estudio. Pero la subvención, por alumno, en las universidades valencianas, está a la cola y las finanzas no dan apenas para la bedelía, qué panorama. Pedro Ruiz, con Andrés Pedreño y Fernando Romero, rectores de la de Alicante y de la Jaume I de Castellón, no se plegaron a los propósitos y despropósitos del gobierno autonómico y conservador de Eduardo Zaplana. "Las universidades tienen capacidad creativa, si no se cae en la tentación de debilitarlas, para así controlarlas mejor. Las universidades son críticas, pero están abiertas a la colaboración". Cuando llegan los calores, Pedro Ruiz, con su mujer y sus tres hijos, se recoge en una playa de la Marina Alta. Mientras sus cuñados Vicente Castell y Toni Miralles se aplican a la paella, Pedro Ruiz echa una mano o toca la guitarra: cosas de Atahualpa Yupanqui, de Víctor Jara, de Daniel Viglietti, que canta su sobrina Lourdes, o se va por las cuerdas de Els Setze Jutges y evoca a Pi de la Serra, a Raimon, a Ovidi, a Maria del Mar Bonet, a la Nova Cançó, en fin. Pues le pega más al piano, comenta su amigo, el pintor Díaz Azorín. Luego, de nuevo a su rectorado. Un rectorado para el que ha sido reelegido, candidato único, por una amplia mayoría del claustro. Este mayo, con flores a María y laureles a Pedro Ruiz, natural de Elche, y que acaba de cumplir 47 años, en campaña: "Ayúdeme, no demore / que una gota con ser poco / con otra se hace aguacero".
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