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Deriva

ADOLF BELTRAN Tal vez no se hayan dado cuenta, pero el Partido Popular está inmerso en una campaña para explicar los logros de sus tres años de gestión al frente del Consell. No es broma. El otro día hubo un mitin en Alicante y una reunión de trabajo en Valencia con el vicepresidente del Gobierno y secretario general del PP, Francisco Álvarez Cascos. Esta semana, se anuncia otro acto público en Valencia. La fe de los estrategas de la derecha en la propaganda no ha remitido, pese a que han tenido ocasión de comprobar que las multitudinarias concentraciones en estadios no se corresponden necesariamente con goleadas electorales de escándalo. Allá ellos. Lo que a los ciudadanos nos importa es que todo eso no esconda graves carencias en la gestión de las instituciones, que no enmascare daños irreparables en la nave del gobierno. ¡Ya ven con qué poco nos conformamos! Desconfiados y escépticos, damos por supuesto que la crónica de la aventura se narra con una exageración inevitable, siempre que no se llegue al punto donde la indignación sustituye a la indulgencia porque la retórica empieza a tomar a los ciudadanos por imbéciles. De momento, las cartas de navegación y el cuaderno de bitácora que Zaplana y los suyos exponen en su propaganda dibujan unas aguas bastante distintas de las que surcamos cotidianamente y describen una nave que nos cuesta reconocer. Fenómeno preocupante, dada la fuerza del oleaje y la amenazadora constatación de que el barco de la Generalitat hace agua, al menos, en dos zonas sensibles, la educación y la sanidad, por no detallar otros destrozos cosechados en los temporales que han jalonado hasta ahora el viaje, o episodios dramáticos, como el de aquel consejero llamado Cartagena, que cayó por la borda. Desde el puente de mando, nos hablan los populares de bonanza económica, progreso, crecimiento del empleo, eficacia... Y de una Terra Mítica que hará nuestra felicidad. Estamos dispuestos a creerlos, aunque el buque escore demasiado a estribor y su deriva parezca cada vez más incontrolable. Miramos de reojo escollos como el del pacto lingüístico, que Zaplana ha prometido sortear con habilidad de navegante, y deseamos que el presidente no se convierta en otro capitán Ahab, cegado por la obsesión hasta el extremo de conducir el barco al desastre. Una buena parte de la tripulación preferiría, sin duda, evitar la epopeya.

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