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Andrés Conejo

Fue una persona de relieve, nacida en Madrid, algo poco frecuente, que no quita ni da prestigio intrínseco. Era usual venir a este emporio, desde la aldea, luchar, abrirse camino y quedarse aquí para los restos. El pintor Andrés Conejo (1914-1992) llegó a este mundo en el hogar de una familia de panaderos, que se mudaron desde el pueblo toledano de Olías del Rey a la corte. Le conocí, a poco de terminada la guerra civil, le traté, estimé y sentí admiración por aquel indudable talento que inspiraba su mano. Actualmente se expone una antología de la dilatada producción, en el Centro Cultural del Conde Duque, resumen y titánico tesón de la mujer que compartió su vida. Tras el surco de un gran artista desaparecido suele haber una empecinada viuda, fiel a esa memoria.Como pintor es considerable; sólo hay que acercarse al antiguo cuartel de Caballería y comprobarlo. Quiero traer el esbozo de su perfil humano, difusamente antagónico. Lucía más alto de su talla, con un gran parecido al actor de cine Gregory Peck, o sea, hombre guapo, mezclado con cierto aire cateto, de pueblerino que, precisamente, no era. Un gran tímido resguardado en una pose villana, aparentemente cazurra, de origen huertano, levantino. Tiene explicación por la vía conyugal, por su matrimonio con Cloti Moreno, natural de Murcia. En el casino de aquella ciudad celebra la primera exposición individual y por aquellas tierras pasa largas temporadas.

Va becado a Roma y recorre Francia, Holanda, Bélgica, Inglaterra y Suiza, instruyéndose en esa especie de humanismo que es el viajar, como aprendí yo de Manuel Cardenal Iracheta, que citaba a Pausanias en su cátedra de Filosofía. El currículo de un artista que va cubriendo etapas y aprendiendo. Era indiferente y nada dotado para la intriga, el favor, el atajo. La valiente esposa ha de improvisarse como espolique, animadora, marchante y modelo, siendo ella misma persona timorata, casi pusilánime. Unión de dos seres apocados en la que uno ha de sobreponerse y abrir camino, si bien ambos se desenvolvieron con facilidad en el cálido, presumible fraternal ambiente del arte y el oficio.

Entrar en el circuito de los afortunados es difícil empeño, al que es preciso dedicar mucha energía. El mundo del éxito, del dinero, de los encargos, las exposiciones, las medallas, los laureles, en ocasiones inmerecidos. Andrés Conejo ni siquiera se acercó al borde de la pista. Pintaba sin prisas, cuando creía llegada la inspiración, rara vez sobre demanda, y leía, con alguna incursión semisecreta hacia los dominios de la escritura literaria, que suele ser el oscuro deseo de los creadores plásticos. No abría la recóndita puerta de su celado almario, o rara vez lo hizo. La esposa ha peleado con gran determinación, para que no cayera en el blando olvido tan largo quehacer, reuniendo lienzos dispersos entre particulares, muchos de ellos amigos de ocasión, que no supieron o pudieron conservarlos; bregando con galeristas e instituciones de todo jaez, cosechando promesas fallidas, alguna en contradicción, precisamente, con su ciudadanía madrileña. Era contertulio del Café Gijón, playa donde arribaban o naufragaron los proyectos de tres o cuatro generaciones de artistas.

¡Oh, manes de las autonomías! De haber nacido en otra parte, las cosas hubiesen rodado de suerte, más fértil. "Mire usted", escuchó por sistema, "habría sido más simple conseguir los fondos para organizar la exposición, de los que tienen los ayuntamientos, las autonomías, fundaciones o cajas de ahorro provinciales que, a veces, no tienen dónde emplearlos, pero aquí, en Madrid, ¿sabe?, andamos siempre cortos de pasta, de parné, de guita, de cuartos, ¿entiende?". A base de porfía llega Cloti al final feliz, al rescate, para Madrid, de un notable paisano. En una de las amplias salas del Conde Duque -enorme espacio que puede albergar, también, excedentes del Prado, sin desahuciar ni trasladar otros museos-, la Concejalía de Cultura del municipio expone la reunida obra de este pintor nativo, que ha llegado a ser, afortunadamente, profeta en su tierra, aunque fuese a título póstumo. Felicitamos a los organizadores, no duelen prendas, por el acierto, en raras ocasiones prodigado.

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