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Tribuna:EL PERSONAJE
Tribuna
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Pablo Izquierdo, el diputado desconocido

Tiene el pelo peinado hacia atrás, chorreante de brillantina, con un racimo de caracolillos que le cae por el cogote hasta taparle el cuello de la camisa. Este arreglo de pelo, tan joseantoniano que vuelve a estar de moda, era hasta hace poco una reliquia que sólo veneraban los señoritos nostálgicos o los hermanos mayores de algunas cofradías. Clásico en su vestir, es hombre de chaqueta azul, pantalones grises, camisa bien planchada y corbata muy formal. La vida nos ha enseñado a desconfiar de las apariencias. Para bien y para mal. Así vestía Clark Kent hasta que se metía en una cabina y aparecía con su atuendo de Superman. Así viste también un colega de Clark Kent que este invierno se ha hecho muy popular tras ceñirse un corsé rojo. Nadie conocía al diputado del PP por Málaga Pablo Izquierdo. Era uno de esos ignotos parlamentarios que sólo son noticia por algo excepcional. De esos de oratoria desconocida que sólo alcanzan la notoriedad por la vía de la paradoja, como los defensas modestos de los que nadie se ocupa hasta que un día, en el último minuto, marcan en la propia puerta y logran la derrota de su equipo. Por fin, en apenas una semana y después de bastantes años en la política, Pablo Izquierdo se ha dado a conocer. Periódicos tan juiciosos y alejados de su circunscripción como La Vanguardia de Barcelona le han dedicado informaciones a cinco columnas, fotos y comentarios. Este hombre ha conseguido un papel secundario, rozando el protagonismo, en el último debate del estado de la nación. Su mérito ha consistido en lograr, en menos de diez minutos, tres reprimendas del presidente del Congreso al comienzo de la intervención de José Borrell. A veces, la política rejuvenece a las personas. Algunos viven una segunda adolescencia gracias a que encuentran buenas excusas para llegar tarde a casa y aprenden a ligar en la frontera entre la madurez y la senectud. Hay también quienes se embarcan en regresiones más inocentes y se zambullen en una rebeldía de parvulario, como si los escaños del Congreso les llevaran por el túnel del tiempo hasta los viejos pupitres de la infancia. No estaría mal, si no fuera porque no son ellos los que se costean estos desahogos, que sólo pueden permitirse gracias a los votos de algunos y a los impuestos de todos. Estas regresiones siempre resultan chocantes. En el debate que lanzó a la fama a Pablo Izquierdo, muy cerca de él, hacía cuchufletas otro diputado andaluz que hasta hace poco era alto cargo de un banco. ¿Qué habrán pensado sus antiguos clientes? ¿Habrían confiado su dinero a alguien que se comportara así en su despacho profesional? Afortunadamente, todo el mundo ve ya la política como un espectáculo y a los diputados se les tolera las gamberradas con la misma indulgencia con la que se disculpa a los viejos de la familia que en la cena de Navidad se pasan con el anís y se ponen pesados con los villancicos. Pero estas cosas no se producen de la noche a la mañana, inesperadamente. Nadie se despierta un día y decide aparcar su civismo para convertirse en gamberro. Los que han tenido la oportunidad de conocer a Pablo Izquierdo destacan en su biografía varios aspectos curiosos. Este hombre se inició en la política como jefe de prensa de José María Aznar en las elecciones que le llevaron a la presidencia de la Junta de Castilla y León. Izquierdo fue el predecesor, y quizá modelo, de Miguel Ángel Rodríguez. Se ve que a nuestro presidente le gustan así. Una importante misión condujo a Izquierdo a Andalucía: Aznar le envió para poner orden en el PP de Málaga. Luego, salió elegido concejal, a la vez que se sentaba en el Senado representando a Palencia, su ciudad natal. La política, ya se sabe, permite estas contorsiones. Como concejal, Pablo Izquierdo dejó algún recuerdo. Ya era entonces un hombre muy peculiar. Gobernaban Málaga los socialistas y no encontró mejor manera para luchar contra una subida en el IAE que ponerse en huelga de hambre. Una huelga breve, eso sí, que apenas duró veinticuatro horas. Mejor: habría sido terrible que muriese por inanición y desde el paraíso al que va la gente de derechas viese cómo su partido decidía también subir ese impuesto nada más llegar a la alcaldía. La constancia no parece la principal virtud de este hombre. Cuando la crisis de la empresa textil malagueña Intelhorce, Izquierdo ofreció el apoyo de los tres mil o cuatro mil militantes de su partido para participar en las movilizaciones. Cuando llegó la hora de manifestarse, no acudió ninguno. Ni siquiera Pablo Izquierdo. Ahora son los votos de los malagueños los que le mantienen en ese escaño de la Carrera de San Jerónimo de Madrid que le sirve de escenario a sus payasadas. Sin embargo, su relación con Málaga es escasa. Su última intervención pública en la ciudad fue durante la guerra digital: vino a contarle a los jubilados lo mucho que disfrutarían con el fútbol gratis gracias al Gobierno. Desde entonces, no se le ha vuelto a ver. Su biografía oficial dice que es especialista en Historia de América, está casado y tiene dos hijos. Pobres criaturitas.

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