Una Cruz con "pero"
,"Es la primera vez que veo una manzana hincada en unas tijeras". A Francisco Santiago Santiago también le sorprendió la imagen de la fruta, oronda y radiante, atravesada sin piedad por una tijera, frente a la Cruz de Mayo, trenzada con un colorismo rojiblanco que rompía la estética mate de la prisión. Y le asombró que la estampa, que intimida a los foráneos, es netamente popular. En Almería acostumbran trinchar una manzana con una tijera para cortar el pero que las lenguas inconformistas le sacan a todas las Cruces. Así no hay peros que valgan, ni siquiera dentro de la prisión del Acebuche. Tampoco sirven los peros en la Audiencia, cuando chicos jóvenes como Francisco Santiago desgranan su autodefensa: "Pero Señoría estaba con el mono y no sabía lo que hacía". Da igual, a fuerza de comparecer por los mismos violentos estropicios, acaban con un billete de ida y vuelta para la cárcel. La política penitenciaria, hasta hace dos años, veló por ellos para neutralizar ciertos desmanes carcelarios que los convirtieran en carnaza fácil de imposible rehabilitación. La Administración, en 1996, cerró el grifo monetario del programa educativo. Adiós monitores y propuestas alternativas, que pasaron a depender de la voluntad de cada centro. Los responsables del Acebuche se han negado a finiquitar el plan de reclusos jóvenes, que ha fructificado en aspectos cotidianos como un descenso de la violencia en el módulo. Del par de partes diarios que se tramitaban antes de aplicar el programa, se pasó a dos o tres al año. El director de la unidad docente, Juan Carlos Martínez, es realista respecto al resultado: "No puedes evaluar su eficacia. Algunos han regresado a la cárcel y otros, no, pero las tensiones han disminuido claramente". Las fiestas son la punta del iceberg, el premio a la actividad cotidiana, la próxima meta en el calendario, un espejismo en la trena. Ayer, en horario de 12 a 13.30 horas, disfrutaron de su particular Cruz de Mayo la treintena de reclusos de menor edad, incluidos los seis presos de fe musulmana, que celebraron la fiesta aunque no comulguen con ella. El grupo sólo planteó un pero: se negó a posar en la fotografía colectiva ante el símbolo cristiano por antonomasia. Integración absoluta por lo demás: adoran las rumbas y sustituyeron los pinchos morunos por chuletas de cordero. No había alcohol para nadie. Con la excepción de un condenado por homicidio, los huéspedes del módulo cuatro comparten un historial dictado por su adicción a las drogas, habitual catapulta hacia el tirón, el hurto con violencia y el trapicheo, que les garantice las necesidades diarias. Es el caso del almeriense Francisco Santiago, 20 años cuando entró: "Estaba muy mal, hice muchos robos y estoy pagando cuatro años a pulso, por el nuevo Código". O de Juan Hernández, de 23, mata la espera con un combinado de palizas deportivas, encuadernación de libros y gestión del economato. O del elegante Bawa Philip, que mudó el hábitat conocido de Ghana por una azarosa vida occidental hace cinco meses. Philip, en prisión preventiva por posesión de hachís que no reconoce como suyo, sobrelleva su estancia en el Acebuche con especial soledad, sin visitas familiares y con un español aún atropellado. En la breve escapada de ayer no faltó de nada para acercarse a la realidad, ni siquiera rumbas improvisadas en torno a una guitarra y dos claveles. Aunque estaban las alambradas, el único pero que no desintegró la tijera hincada en la manzana.
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