Hacer oídos sordos
Los anteriores debates se han caracterizado por la rigidez y la falta de diálogo de sus protagonistas
Hacerse recíprocamente oídos sordos. Ésa fue, quizá, la característica principal de los debates del estado de la Nación de 1994 a 1997 -en 1996 no hubo- entre sus protagonistas. Desde el reiterativo "¡váyase, señor González!" con el que José María Aznar, secundado por Julio Anguita, martilleó a Felipe González en el primero de ellos hasta la acusación del líder socialista al popular de "haber roto las reglas del juego democrático" en el último. Cada cual, a lo suyo, sin distraerse apenas, o simulando no hacerlo, con las opiniones ajenas.Aznar se planteó la cita de abril de 1994 como un calculado acoso y derribo de González, cuya "credibilidad" consideraba "arruinada". Al líder del PP no le interesaban, sin embargo, unas elecciones anticipadas. Por eso se guardó muy mucho de referirse en sus intervenciones a una moción de censura o a una cuestión de confianza. Al ritmo del "¡váyase!", sólo pretendió poner contra las cuerdas a su rival, dejarle tan en evidencia como para que presentara su renuncia ante el Rey y, eso sí, le aconsejase sobre el mejor compañero socialista para sucederle. "Usted es responsable de haber contribuido a crear el más irrespirable clima moral de nuestra historia reciente", le espetó. Aludía a la corrupción: a los casos de Filesa, el Cesid, Luis Roldán, Mariano Rubio, Carmen Salanueva...
Por supuesto, González no dimitió. Seguía contando con el apoyo decidido de los nacionalistas catalanes. A los nueve meses de su triunfo personal en las difíciles elecciones de 1993, se veía además con fuerza suficiente para agotar la legislatura. Aun "concernido", según su propia expresión, por las corrupciones detectadas, aseguró: "No me flaqueará el ánimo" para afrontarlas. Por añadidura, pintó un panorama económico esperanzador pese a que Aznar también había intentado castigarle por ese presunto flanco débil.
En febrero de 1995 ya habían estallado dos nuevos frentes contra el PSOE: el de los GAL, "la gota" que para el PP hacía rebosar "el vaso", y el de los fondos reservados. Atacando en ambos flancos, el líder del PP sí pidió en esta ocasión que se adelantaran los comicios. Incluso fijó su fecha: el 28 de mayo siguiente, en coincidencia con los autonómicos y los municipales. No obstante, con menos dureza en sus calificativos que en la ocasión anterior y sin recurrir a la coletilla del "¡váyase!", defraudó las expectativas creadas. Tanto como para que, cuando acabó su discurso, hubiese suspiros de alivio en algunos escaños socialistas por su demostrada falta de punch.
Fiel a sí mismo, González sí lo tuvo. Para sostener la inocencia de su Gobierno respecto a cualquier operación ilegal contra ETA y matizar que las actividades contra la banda terrorista se iniciaron en la época de UCD y se terminaron en la socialista. Y, también, para replicar a Aznar volviendo del revés sus argumentos. Así, luego de reconocer cierta pérdida de popularidad, de imagen, debido al natural desgaste por los 13 años en el poder, ironizó: "Lo curioso es que usted, sin estrenarse, sin explicar una sola vez qué ofrece al país, tampoco tiene credibilidad".
Tras el paréntesis de 1996 -las elecciones fueron finalmente el 3 de marzo de ese año-, el encuentro más reciente, el de junio de 1997, fue el menos tenso de los últimos. Los papeles ya se habían invertido para entonces. La presidencia del Gobierno la ostentaba Aznar. La oposición la ejercía González.
A la búsqueda de la estabilidad y la consolidación, Aznar reclamó un pacto de no agresión durante dos años para asumir con la mayor tranquilidad posible, "sin perturbaciones innecesarias", los retos de Maastricht y la integración en el euro.
"Nuestro problema", advirtió -sin variar su habitual tono monocorde- respecto a la crispación en la escena política, "no puede ser cuestionar a diario la legitimidad de cada cual; eso ya lo han resuelto 20 años de democracia". "Yo seguiré trabajando para no contribuir a ella y espero que los demás también lo hagan", afirmó.
Su propuesta la extendió al terrorismo y a la justicia. Pero, respaldado por unos nacionalistas satisfechos por el cumplimiento de sus compromisos de investidura, optó por no dar ni un solo paso para cambiar de política en los temas causantes de más fricciones con los socialistas desde su llegada a La Moncloa: la supuesta amnistía fiscal de éstos a sus "amiguetes" por valor de unos 200.000 millones de pesetas, el acoso a determinados medios de comunicación y la crisis judicial.
A su vez, González -ausente ayer- cuidó mucho las buenas formas y no insistió en la presunta merma en las libertades denunciada por él mismo y otros dirigentes de su partido en las semanas precedentes. Aun así, acusó a Aznar, a su Gabinete, de "abuso de poder" y de "haber roto las reglas del juego democrático" en puntos fundamentales.
El mayor énfasis en ese sentido lo puso González en el de la televisión digital, ya que, en su criterio, la regulación que los populares habían hecho de ésta era inconstitucional y quebraba el modelo vigente a nivel europeo.
Aznar había pedido que se dejase de hablar "de una vez por todas" de libertades cuando en la guerra suscitada se ventilaban únicamente "intereses económicos y de cuentas corrientes".
González le rebatió recordando que el Ejecutivo del PP obligaba por ley a que la plataforma ya existente negociara con la que ni siquiera había nacido todavía, pero que era promovida por él mismo, y daba la razón a esta última si en el plazo de dos meses no llegaban a un acuerdo. "No", concluyó; "no se trata sólo de un asunto económico o de libertad de empresa. Hay un problema político y se llama abuso de poder".
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