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Dos kilómetros de diversión

Cientos de miles de visitantes acudieron a las atracciones de la XVI edición del Día del Niño

F. Javier Barroso

Se quedó pequeña. La calle de Bravo Murillo (Tetuán), a pesar de tener más de 2.500 metros, casi no pudo albergar todas las atracciones de la decimosexta edición del Día del Niño. De acuerdo a los cálculos de los organizadores, medio millón de personas visitaron a lo largo de la tarde de ayer los 140 puestos instalados. En esas cuatro horas, los grandes protagonistas de la diversión fueron los menores de 16 años.Para ellos, la organización dividió Bravo Murillo en cuatro zonas: deportiva, cultural, institucional y recreativa. La última fue el área que más colas y gente acumuló durante toda la tarde. Los padres se armaron de paciencia para esperar hasta una hora a que sus respectivos hijos pudieran saltar en un castillo hinchable o jugar en un futbolín gigante donde los niños eran los deportistas goleadores. "Esperar tanto tiempo se hace pesado y llega a cansar a los mayores, con lo que ellos [los peques], que tienen menos paciencia, lo pasan peor", explicaban los padres.

Los pequeños dispusieron de variedad donde elegir según sus preferencias. Los más jóvenes sonreían a sus familiares desde los minitrenes de la zona recreativa. Los de más edad se decantaron por los toros mecánicos para intentar desafiar la ley de la gravedad. "En cuanto le he levantado la mano, el que dirige la máquina se ha picado y ha empezado a darle más fuerte hasta que me ha tirado", comentó David Cobo, uno de los jóvenes que se montó en la res de hierro.

Los amantes de las emociones fuertes pero seguras prefirieron el llamado aerogiro: un artefacto formado por cuatro círculos concéntricos en cuyo interior se sitúa el osado competidor. Con los vaivenes, el cuerpo pende y se balancea en todos los sentidos y direcciones sin tener en cuenta la gravedad. "Es muy emocionante, porque parece que te vas a otro mundo al verlo todo boca abajo o de lado", confesó Silvia Machicado, una valiente usuaria del aerogiro. Uno de los lugares donde más arriesgado era transitar era la zona donde se expusieron los vehículos de policías y ambulancias. Los niños que se montaban no paraban de hacer sonar las sirenas ante la mirada incrédula de los paseantes.

Los chicos que prefirieron actividades más relajadas pudieron optar por construir puzzles o por pintar en un mural todo lo que se les ocurriera. Las organizaciones no gubernamentales gozaron también de su lugar de encuentro: entre ellas se hallaban los defensores del bosque autóctono o las asociaciones infantiles. Éstas convocaron actividades apetecibles, como hacer un batido natural con frutas frescas traídas por la Cruz Roja. Con ello querían potenciar la alimentación sana.

Toda la fiesta costó unos 15 millones de pesetas y movilizó a unas 500.000 personas. "La calle se nos ha quedado francamente pequeña. Muchas asociaciones han tenido menos espacio del que nos pidieron. Pero, la verdad, no podíamos ensanchar el asfalto", explicó el coordinador general de la fiesta, Rubén Díaz.

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Sobre la firma

F. Javier Barroso
Es redactor de la sección de Madrid de EL PAÍS, a la que llegó en 1994. También ha colaborado en la SER y en Onda Madrid. Ha sido tertuliano en TVE, Telemadrid y Cuatro, entre otros medios. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, está especializado en Sucesos y Tribunales. Además, es abogado y criminólogo.

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