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Enigma

Rosa Montero

Es posible que en la superficie del planeta ya no quede ninguna zona sin explorar, ninguna terra incógnita de nebulosos límites: pero en el interior de nuestros corazones hay enormes territorios jamás vistos, espacios abismales nunca penetrados por el entendimiento.El amor, por ejemplo: inmenso enigma. Tal vez la intimidad sentimental y pasional sea el registro humano más paradójico y absurdo. Descubrimos todos los días, en los otros y en nosotros, comportamientos asombrosos: desde la inmadurez eterna de la pasión (uno siempre es el mismo idiota cuando ama) hasta la perversa complejidad de algunas emociones. Como esa historia de un hombre que se ha pasado nueve meses en la cárcel acusado de violación, hasta que se ha descubierto que la víctima hacía el amor con él regularmente en los vis-à-vis de la prisión; de hecho, ahora parece que van a casarse. O como aquella pobre chica a la que apaleó su novio hace un par de meses, y que, al ser preguntada por el juez si quería a su brutal amante, contestó con los ojos amoratados: «No lo sé».

Yo imagino el interior de nuestros corazones como un remoto mar por el que flotan lentos bloques de hielo. Nadie ha levantado aún el mapa de esas inmensidades; nadie ha localizado y medido los icebergs, que son masas de innombrables y ardientes sentimientos: no debemos olvidar que el hielo quema. Ahí está la necesidad de amar a quien nos daña; o el deseo del daño y del dolor. Y el peligro como acicate del deseo. El sexo como venganza y como combate. O la necesidad de destruir aquello que quieres: ya lo dijo Oscar Wilde, que fue una víctima. Van a la deriva los hielos por ahí dentro, entrechocando a veces y provocando pequeños o grandes cataclismos vitales. No hay aventura más exótica que la de intentar entender qué diantres somos.

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