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Asesinado en el Vaticano el jefe de la Guardia Suiza, que acababa de ser nombrado por el Papa

Alois Estermann, de 44 años de edad, apenas nombrado ayer mismo comandante de la Guardia Suiza por el papa Juan Pablo II, fue hallado muerto horas después en las dependencias que ocupaba en la Ciudad del Vaticano junto a su esposa y al cabo del cuerpo. El sangriento episodio del que en el Vaticano no existen precedentes, al menos en la época contemporánea, provocó una verdadera conmoción en la Santa Sede. Los cadáveres de Estermann; su esposa, la venezolana Gladys Meza, de 43, y el cabo, Cédric Tornay, de 23, fueron hallados vestidos por una vecina al filo de la medianoche, tendidos en el alojamiento del flamante comandante del Ejército Pontificio, con heridas de arma de fuego.

El portavoz vaticano, Joaquín Navarro-Valls, atribuyó a un rapto de locura de Tornay el asesinato de Estermann y de su esposa, crimen que coronó suicidándose después. El arma de Tornay fue localizada junto a los cadáveres, a los que les será practicada hoy la autopsia, ordenada por el juez vaticano Luigi Marrone.El Vaticano reaccionó en un primer momento con gran reserva ante un hecho insólito, ocurrido entre los muros de la Santa Sede de dificilísimo acceso a cualquier persona ajena. Pero la reserva oficial dio paso a las declaraciones de Navarro-Valls en un intento justificado de detener la especulación sobre un suceso que provocó enorme expectación en torno a la Santa Sede.

El único precedente que acudía a la memoria era el del hallazgo del cadáver de Albino Luciani, el papa Juan Pablo I a los 33 días de su elección como sucesor de Pablo VI a la silla de Pedro en 1978.

Las primeras hipótesis sobre el asesinato del recién nombrado comandante de la Guardia Suiza no podían dejar de tener en cuenta el hecho mismo del nombramiento de Estermann, anunciado pocas horas antes de su muerte por decisión de Juan Pablo II. La designación de Estermann, nacido en Gunawill (Lucerna), ex miembro del Ejército suizo que había ingresado en el Ejército Pontificio en 1980, había sido uno de los más difíciles de la historia vaticana.

De hecho, el cargo de jefe supremo de la Guardia Suiza -el único cuerpo de ejército que existe en el Estado Vaticano desde la reforma realizada 1970 por Pablo VI- había permanecido vacante desde noviembre del año pasado cuando se jubiló el último comandante, coronel Ronald Buchs. Finalmente, ayer al mediodía llegó la noticia de la elección de Estermann, que durante todos estos meses había desempeñado las funciones de comandante de la Guardia Suiza de forma interina.

La hipótesis barajada por algunos medios, según la cual el episcopado helvético no veía con buenos ojos a Estermann, quizás por falta de linaje aristocrático, y deseaba a toda costa encontrar entre la nobleza suiza una persona más idónea, resulta cuando menos sorprendente. Otra de las teorías que han circulado para explicar el retraso del Papa a la hora de cubrir un puesto de máximo prestigio, es que la modesta paga que recibe el comandante de la Guardia Suiza -entre 250.000 y 300.000 pesetas mensuales- y las muchas responsabilidades que debe afrontar, hacen el cargo cada vez menos deseable.

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Estermann, apreciado por sus hombres (70 alabarderos, un capellán, y 29 suboficiales), culto (se había diplomado en teología) y políglota (hablaba cinco idiomas entre ellos el español) parecía una elección perfecta sobre todo en el contexto de un papado, el de Juan Pablo II, que ha roto moldes en tantas cosas.

El nombramiento oficial y el juramento del nuevo capitán-comandante tendría que haberse producido mañana, cuando se conmemora la muerte de 127 guardias suizos en el llamado «saqueo de Roma» por las tropas del emperador Carlos I de España en 1527. Una fecha que ha pasado a ser la fiesta por excelencia del Ejército Pontificio, creado en 1506, tres años después de que el Papa Julio II De la Rovere, reclamará a las familias nobles de los cantones suizos, que le enviarán soldados para protegerle.

La Guardia Suiza de hoy sigue vistiendo el fotogénico uniforme de gala que diseñó, dicen, Miguel Angel, en las ocasiones excepcionales. Sigue haciendo uso de las alabardas y de los yelmos de estilo español, pero ya son muy pocos los nobles suizos interesados en formar parte de este cuerpo pretigioso.

Alois Estermann tuvo la oportunidad de demostrar su lealtad al Papa y de intentar al menos cumplir la misión originalmente encomendada a la Guardia Suiza cuando el 13 de mayo de 1981 el terrorista turco Ali Agca atentó contra Juan Pablo II. Estermann se lanzó sobre el Pontífice en un intento desesperado y fallido de protegerle de los disparos de Agca. No lo consiguió, pero desde entonces, el futuro comandante del ejército del Papa debió comprender los peligros que puede encerrar el Vaticano.

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