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EL NACIMIENTO DEL EURO

Los Quince dan paso al euro «con amargura» política, pero convencidos de su éxito económico

Xavier Vidal-Folch

Los 15 líderes de la Unión Europea (UE) cerraron la cumbre en la madrugada de ayer con manifestaciones de «amargura» política por la larga pelea sobre la elección de la cúpula del Banco Central Europeo (BCE), pero también con la sensación de «haber hecho los deberes» para que el euro sea un éxito económico.La batalla por el BCE oscureció la solemnidad con que se pretendía rodear la creación del euro. Al concluirla, los más sinceros confesaron pesadumbre. «Ha sido la cumbre más amarga de mi vida», espetó el canciller alemán, Helmut Kohl. «Estoy profundamente preocupado por la forma en que se ha conducido la elección; demuestra la falta de liderazgo en la UE, dominada por los egoísmos nacionales», añadió el primer ministro portugués, Antonio Guterres. «Hemos pasado el día discutiendo tonterías», sentenció otro de sus colegas, acogiéndose al anonimato.

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La sensación de culpa se acompañaba de la convicción de que el euro será un éxito. «Hemos hecho los deberes» para garantizarlo, opinó Kohl. El italiano Romano Prodi fue quien más descartó la posibilidad de que la pelea provoque repercusiones negativas en los mercados. «Estoy satisfecho», apostilló el holandés Wim Kok.

Y es que al final se resolvió el obstáculo. Eligieron al holandés Wim Duisenberg como primer presidente del BCE, que dimitirá en torno al 1 de julio del 2002, cuando, a más tardar, desaparezcan las divisas nacionales de los 11 países integrados en el euro, España entre ellos. Certificaron que su sucesor será un francés -Francia ya reiteró a su candidato Jean-Claude Trichet- y seleccionaron el directorio.

La amargura provino del manejo del tiempo. Si ese compromiso entre Duisenberg y Trichet se hubiera resuelto en minutos, el pasteleo para sortear el tratado -que fija un mandato no repartible de la presidencia-, sin arriesgarse a impugnaciones ante el Tribunal de Luxemburgo, habría sido menos evidente.

Pero la presidencia británica puso sobre la mesa el texto de compromiso ya muy avanzada la sesión, demasiado tarde. Y las largas discusiones de los Quince sobre si Duisenberg dimitiría antes, a mitad o al final del periodo transitorio (al final queda libre para hacerlo el 1 de julio o unas semanas después) evidenciaron que su renuncia no era voluntaria. Que venía obligado a ella si quería el puesto, so pena del veto francés. La declaración final del nuevo presidente, por escrito -Francia recelaba de acuerdos de caballeros sólo verbales-, reiterando por cinco veces que «libremente» anunciaba su renuncia en el mismo momento de su elección, rememoraba los tres noes del apóstol Pedro.

Por eso, los líderes fracasaron en su intento de convencer a la prensa (lo intentaron Jacques Chirac, Tony Blair y José María Aznar) de que Duisenberg actuaba espontáneamente. Más credibilidad obtuvo el italiano Prodi. No ocultó que había sido «lógicamente una negociación política, como lo ha sido la selección de todos los miembros del directorio ».

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