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Tribuna:LA FERIA DEL NEÓFITO
Tribuna
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Elogio de Drácula y Frankenstein

La Feria de Abril se inundó ayer de gente. La fiesta del Primero de Mayo llenó el albero de una muchedumbre llegada de Madrid y otras ciudades andaluzas. En las calles del real no cabía un alfiler. Enganches y caballistas se enseñorearon del lugar. Los carruajes competían en tamaño, altura y número de caballos. Algunos hombres bebían sus vasos de manzanilla encaramados en ellos. Miraban de frente sin parecer reparar en el tráfago de personas que bullía a su alrededor. El arte de mirar al horizonte para ser mirado por los otros es de fácil aprendizaje. Está al alcance de cualquiera. En algunas casetas se bailaban sevillanas. En otras, más humildes, la entrada era libre y los precios un poquito exagerados para la condición del lugar. En una de esas casetas reposta a veces un hombre con la boca pintada de blanco. Se bebe su cerveza y se ajusta su gorra de los Chicago Bulls. Carga con una bolsa llena de juguetes baratos de plástico. Son juguetes tan elementales que parecen sacados de una estampa de hace 30 años. Encima de la ropa lleva una camisa y un pantalón de tela de sábana con dibujos de dragones. Cuando abandona la barra, intenta vender, sin éxito, un juguete. Todavía existen hombres que tienen que ganarse así la vida. Decir que "su semblante era grave" sería ofenderle. Algunos poetas engrosaron sus currículos con hombres como éste durante años y años. Hablaban de ellos entre encabalgamientos abruptos y rimas consonantes. Estos poetas reciben ahora homenajes y premios. Los munícipes los laurean mientras los poetas se proclaman insobornables. El hombre de la boca blanca nunca los ha leído. Sólo quiere que la gente compre sus juguetes y le deje en paz. A un tiro de piedra de la caseta está la calle del infierno. Así se conoce a la zona de atracciones. La feria se convierte aquí en un lugar abierto para todos. El Templo del Mal brilla grandioso. Un monje con un báculo en forma de cruz vigila la entrada. A uno le garantizan por 400 pesetas un poco de emoción. El monje no podía evitar ayer algún bostezo. Es como un sucedáneo degradado de La Muerte de El séptimo sello. Dentro del templo dos críos chillaban atemorizados. Los gritos sólo se podían explicar porque eran muy jóvenes. Leather Face y Freddy Krugger son monstruos de una obviedad infantil. Para mentes pequeñas. No dan miedo. El único clásico que el visitante creyó ver en el templo es un inofensivo hombre lobo. Quizás el señor Talbot haya envejecido mal y el hambre le haya hecho perder la dignidad. Drácula y Frankenstein desdeñarían entrar ahí. Son monstruos inteligentes. Drácula seduce a sus víctimas y jamás emplea la violencia. A Frankenstein le hace grande su soledad enamorada. Pío Baroja -el cuarto tetrarca de la narrativa española; los otros tres son Cervantes, Galdós y Clarín- hizo a principios de siglo el elogio fúnebre de los caballitos de feria. Ahora los caballos no son de madera, sino minúsculos animales a los que violentaron su crecimiento. Baroja sólo podría elogiar hoy a Drácula y a Frankenstein.

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