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25 de abril

Miguel Ángel Villena

MIGUEL ÁNGEL VILLENA Los penetrantes ojos de Antonio Rosa Coutinho, que sobresalían entre una de las calvas más famosas del siglo y un rostro sonrosado, no podían ocultar en 1994 -al cumplirse dos décadas del 25 de abril- un punto de nostalgia cuando mostraba un bolígrafo rojo. El llamado Almirante Rojo, el que fuera uno de los principales protagonistas de la Revolución de los Claveles, hizo honor a su sobrenombre durante los años de la sublevación popular y firmó con este color sus órdenes y sus decretos. Sueño romántico, utopía de cambios profundos, anhelo para gentes de medio mundo, la revuelta de los llamados capitanes de abril derivó en una democracia parlamentaria más de la aburrida Europa de Maastricht. Pasé una semana en Lisboa en aquel año de 1994 para escribir un reportaje sobre el 20 aniversario de la Revolución de los Claveles, y sólo las mentes más lúcidas tenían el coraje de renegar de la nostalgia y mirar al futuro, de aprender del pasado pero aspirar al porvenir. Otelo Saraiva de Carvalho, el mito de la revolución, afirmaba con lucidez que "todo lo grande que se ha hecho en el mundo ha sido porque existían sueños que dejaron de serlo", pero entretanto se lamía las heridas de lo que pudo haber sido y no fue y llevaba años sumido en el ostracismo. Sin renunciar a la utopía y mirándola de reojo, Ernesto Melo Antúnes, el cerebro del 25 de abril, seguía manteniendo la misma pasión de su época joven, es decir, pensar el presente y futuro de su país. Para que luego nos acusen de triunfalistas, los valencianos celebramos el 25 de abril no una victoria, sino una derrota. Tras los años de la transición, esta cita que recuerda la pérdida de fueros y libertades en 1707, remite más al ritual gastado que al mensaje ilusionante. Un nacionalismo estancado que sigue invocando las glorias o los reveses de antaño debería quizá repensar más su papel en una Europa que ha cambiado más en los últimos diez años que en todo el siglo. Porque cantos y consignas sólo sirven si están empapados de presente. Duele reconocerlo pero la verdad es que en el País Valenciano siempre han sobrado mitómanos y han faltado pensadores.

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