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Reportaje:

El oficio del lince

Hace en Madrid un frío que pela, un viento del diablo, y este policía veterano -Miguel Pulido, comisario principal- se sienta frente a su último cliente: Antonio Rosa Casaco, portugués, 83 años, ex inspector de la temible policía política durante la dictadura de Salazar, capturado después de 25 años de fuga. Rosa Casaco, barba blanca, modales exquisitos, es el autor confeso del plan que terminó con la vida de Humberto Delgado, un general valiente que se enfrentó al tirano. El anciano fugitivo había conseguido a principios de este año burlarse de la policía de su país: tras conceder una entrevista en Zafra a un semanario portugués, se dejó fotografiar -con su cachimba y su bastón- por las calles de Lisboa. De ese hilo tiró la policía española y tres meses después, el martes pasado, sobre el mediodía, agentes de la Unidad Central de Información Exterior (UCIE) conseguían echarle el guante en el centro de Madrid. Ya por la tarde, y antes de ponerlo a disposición judicial, el comisario Pulido pregunta a Rosa Casaco:-¿Por qué lo hizo [dejarse fotografiar, poner en peligro su libertad]?

-Sólo quería lavar mi honor. No todos los clientes de la UCIE -un servicio de inteligencia civil- se dejan atrapar por motivos tan románticos. Muy al contrario. Desde la década de los setenta hasta ahora, los agentes del servicio de información exterior -unos funcionarios muy peculiares, que unen a su formación policial un amplio conocimiento de idiomas y de la situación política internacional- han conseguido meter entre rejas a terroristas internacionales, traficantes de armas, espías extranjeros...

Fue el Servicio de Información Exterior -antigua denominación de la UCIE y como se le sigue conociendo en el extranjero- el que en 1989 descubrió que unos terroristas del IRA pretendían cometer un atentado con coche bomba en Gibraltar. Consiguieron saberlo todo: los movimientos de los terroristas, sus objetivos, los explosivos que guardaban, dónde, cuándo, cómo... Toda la información fue suministrada a los agentes del SAS -un grupo militar de élite del Ejército británico- que abortaron el atentado al disparar contra los terroristas. Los tres murieron.

No se convirtió España tampoco en un buen lugar para los terroristas de la Brigadas Rojas. Ni cuando estaban en activo ni después, reconvertidos en atracadores de bancos. Pero, sin lugar a dudas, fue el terrorismo árabe lo que más preocupó -y lo que mejor se combatió- desde el servicio de información exterior. No en vano, en un principio se llamó Brigada de Asuntos Árabes.

-¿Te acuerdas de aquel sirio que detuvimos?, pregunta uno de los agentes de la UCIE.

-Sí, responde otro, se llamaba Ali Sha Suleman y llevaba un pasaporte marroquí falso. Llevaba una maleta con una peluca y una pistola. Aquel tenía mucho peligro.

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La mayor satisfacción del servicio -y de ahí el lince encaramado sobre el mundo que figura en su escudo- descansa en su capacidad de obtener información para prevenir atentados. En 1995, detuvieron en Barcelona a un hombre, de 25 años y nacionalidad francesa, que se dirigía a Francia con una granada de mano y tres metralletas destinadas al terrorismo islámico. En 1989, agentes del servicio de información exterior -apoyados como es habitual en los servicios policiales de cada provincia- detuvo en Madrid y Valencia a un grupo de terroristas libaneses con 220 kilos de explosivos ocultos en latas de tomates. Arrestaron al traficante de armas Monzer Al Kassar y también al hombre que años después se propuso asesinarle.

El silencio forma parte del método y, al contrario que en otros departamentos, no se puede esperar. que la colaboración ciudadana ayude a resolver un caso. "A nosotros", dice el comisario principal, "no nos conviene que se sepa cómo trabajamos, quién nos cuenta las cosas o cómo nos enteramos; sí cualquiera de las personas que nosotros buscamos supiera que la estamos persiguiendo, se esfumaría. Hay que tener en cuenta que no son vulgares delincuentes".

Nada más lejos. Uno de los trabajos más recientes de la UCIE acabó precisamente con las correrías por medio mundo -logró burlar las fronteras de Estados Unidos y Alemania- de Pablo Chapa Bezanilla, el ex fiscal mexicano encargado de investigar -o mejor dicho, de sembrar pruebas falsas- los asesinatos de José Francisco Ruiz Massieu, Luis Donaldo Colosio y el cardenal Juan Jesús Posadas. "Aquel hombre", recuerda, "se movía al más alto nivel; disponía de muchos medios y tuvimos que hilar muy fino para poder detenerlo. Yo mismo me pasé una noche de guardia frente a un lujoso chal¿ del norte de Madrid sin saber a ciencia cierta si se nos había escapado".

Ahora es Rosa Casaco quien está sentado frente al comisario Pulido. Su historia -aunque sin los tintes de sangre o poder de los otros clientes de la UCIE- está llena de aventuras, del asesinato planeado, de los 25 años de fuga, del regreso -ya anciano y enfermo- al lugar del crimen y del escándalo. El ex inspector de la policía política fue detenido cuando sacaba dinero en una sucursal de la Banca March en Madrid. Se rompió de pronto un pasado lleno de viajes a Brasil, de pasaportes falsos, de 15 años en Mallorca, tan cerca y tan seguro bajo otro nombre. Porque Antonio Rosa Casaco fue durante muchos años Carlos Bras Fernández, un periodista jubilado que recibía a sus nietos en verano -su hija está casada con el embajador de Portugal en Guinea Bissau- y que se ausentaba por Navidad. En febrero pasado, un mes después de conceder la entrevista que le costaría la libertad, Rosa Casaco y su esposa abandonaron Mallorca para no regresar ya. Quizá buscando un lugar más seguro -¿sentiría el viejo policía las pisadas de sus colegas tras su rastro?-, el anciano llegó a Madrid. Los últimos capítulos de su azarosa vida sólo lo saben él y el comisario Pulido.

-Si usted contara...

-Pero yo no cuento.

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