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Exposicion pictórica

Solía ser en esta época primaveral cuando se celebraban las exposiciones de pintura, en aquel Madrid de los cuarenta. La verdad es que no había fecha determinada, y, cuando concluía el compromiso. con un artista, había doce haciendo cola. Dudo que se parecieran a las actuales, entre otras cosas porque, pese a las penurias por las que todos pasábamos, nunca se eludía el trámite de la croqueta, las empanadillas o la tortilla de patata, que parecían indisolubles con las artes plásticas. Por regla general, el pintor era casi siempre conocidó, menos por el renombre que le dieran los pinceles que por el paso de la mayoría por el Café Gijón, donde, con mayor o menor petulancia, se procuraba un hueco entre la semihambrienta tropa de poetas líricos que lo frecuentaba. Preciso es señalar que, en esos tiempos, había otros y numerosos cafés que albergaban genios llegados de provincias, donde nacían las mentes preclaras. Asocio a la primavera estos ritos quizás porque no siempre llovía -salvo durante la Feria del Libro, lo que ha sido una constante meteorológica- y nos desplazábamos a pie, de un lado a otro. 0 porque Madrid era un pueblo pequeño, al menos para los plumíferos, que mariposeaban en torno a las tertulias, a veces regidas por un campanudo majadero. Los puntos de referencia estaban entre la Cuesta de Santo Domingo, el paseo de Recoletos, la glorieta de Bilbao y la calle del Prado, sede del Ateneo, que, con otras advocaciones, fue polo de atracción para la intelectualidad. Precisamente los menos frecuentados por aquella fauna eran Chicote y los muchos que jalonaban la Gran Vía. Los clásicos de la calle de Alcalá como La Granja del Henar, tuvieron corta superviviencia tras la guerra civil. Para mí ha sido siempre un. misterio -quizá por falta de conocimiento y deseo de aprender cosas- la ceremonia subsiguiente a la exposición de un pintor, por el entonces. El vernisage no tiene expresión castellana tan precisa; su equivalencia, como digo más arriba, estaba estrechamente unida al canapé, el vasito de vino y el jaiból, un lingotazo de coñac Tres Cepas con sifón. La exposición fue el pretexto para reunirse, continuar la charla o la discusión interrumpida en la tertulia, y echar una distraída mirada a las paredes en las que colgaba la producción del plástico de turno. ¿Quién compraba los lienzos? Había, sin duda, adquirentes, pues de ellos vivían no sólo el pintor, sino el galerista y, en ocasiones, el marchante o apoderado. Los mecenas, entonces y ahora, eran rarísimos, es decir, los mismos en toda época, con denominaciones similares. Si en los grandes siglos fueron los reyes y la Iglesia los mejores clientes, en nuestros días el papel viene sustituido por otros organismos oficiales: ayuntamientos, comunidades, ministerios y cualquier tipo de sede pública que disponga de fondos, rebañados de aquí y de allá, para alhajar tanta pared burocrática, sustituta de las antiguas sacristías y palacios. La novedad es que, como tantas cosas, el arte se ha descentralizado y Madrid deja de ser el faro y el ombligo de las inquietudes culturales. En este aspecto mantiene cierta primacía, gracias al Prado y a la acumulación de goyas y velázquez, porque en muestras alternativas y dispersas ya nos echan el pie delante en Cataluña y pronto no habrá ciudad, pueblo o pedanía que carezca de museo y lugar donde se celebren exposiciones de pintura o escultura, con o sin croqueta adjetiva. Supongo que esto es intrínsecamente bueno, en cuanto implica extensión y vulgarización de la cultura, siempre que se considere beneficioso. Por lo pronto, crea puestos de trabajo aledaños y favorece la industria de los marcos que encuadran tanta pintura, con frecuencia más costosos que la obra que contienen. Los grande s pintores se instalan en el Olimpo de la prosperidad y pierden el contacto con los contemporáneos. La creación deja de alumbrarse en estudios de fortuna, donde habitan la inspiración, el genio, y, al principio, incluso el hambre persistente y romántica fue ingrediente básico. Hoy la gloria parece institucionalizada y jerarquizada. Entre la multitud de artistas que produce España, el éxito queda reservado a los pocos admitidos en la pomada. Bueno, creo que se llama de otra manera, aunque la puerta de la fama nunca se abre en las primeras exposiciones, ni hay bautizo sin padrino.

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