Prohibido el cava
Raúl jugó con una estampa de Santa Gema- Hierro se equivocó de botas- 'La final más bella' o 'Juve-Real, lo máximo', titula la prensa italiana
En el vestuario hubo agua con gas. En el avión de regreso a casa ni tan siquiera eso. La plantilla del Real Madrid prohibió el cava y cualquier celebración. "No queremos ser los segundos, de los segundos no se acuerda nadie. Por tanto no hay nada que celebrar. El trabajo no está acabado", se justificaban los jugadores. Pero en el ambiente algo había cambiado tras la eliminación del Borussia Dortmund. 17 años después, el Madrid llegaba a otra final. Después de 32 años la séptima Copa de Europa está algo más cerca. El equipo se liberó por unas horas de la tensión, recuperó su confianza, pero a la vez se puso a pensar en el Juventus de Turín. Raúl se sentó en primera fila de la clase turista pero se pasó todo el viaje vuelto hacia el asiento de atrás donde iba Fernando Redondo. Les trajeron una bandeja de arroz con pollo pero apenas la probaron preferían hablar del partido. El rostro de Redondo todavía reflejaba la emoción que sentía por el partido que había jugado: estaba colorado. Raúl festejaba con él su noche más feliz en el Madrid y entre otras bromas decidió adoptar un peculiar acento argentino para hablar con su amigo. Cañizares se unió a esta fiesta privada.
Por el pasillo, un veterano seguidor del Madrid pasó como todos los viajes repartiendo estampitas de Santa Gema y Raúl le contó que la última que le había regalado se la había puesto esa noche en la espinillera. Con esa pierna marcó el gol anulado, ese gol que al delantero le trae a mal traer. "Era gol. Lo vi en el campo y me lo dice todo el mundo". Raúl está obsesionado con marcar. No puede soportar pensar que no lo hace desde el 3 de enero. Pero rápidamente se consuela pensando en que en la final tendrá una buena oportunidad para resarcirse. De la Liga nadie se acuerda.
Redondo insiste en que el equipo debe organizarse mejor, de que el Juventus es un conjunto muy armado, pero no un rival inasequible: "Mirar, el Mónaco les ha ganado... Pero tenemos que trabajar mucho durante el próximo mes".
Los jugadores hacen planes entre ellos, como si no tuvieran entrenador. Y salieron bien parados Morientes, Raúl, Redondo, Víctor, Karembeu y Panucci, que se libraron de la tarjeta que les podía apartar de la final. Panucci y Seedorf` se lo recuerdan a sus compañeros. Ambos ya saben lo que es ganar la Copa de Europa. Panucci podrá decir que ha estado en tres finales. Roberto Carlos, sentado al lado de su amigo Seedorf, sueña con un gran año. "Primero la, Copa de Europa y luego el Mundial... Bueno... y luego la Copa Intercontionental". Por pedir que no quede. Amavisca dormía, aparentemente indiferente al jolgorio. Los jóvenes -Víctor, Jaime y Dan¡- jugaban a las cartas. Karanka era feliz, volvía a sentirse jugador, convaleciente como sigue: de hecho, el martes pudo tocar el balón un poco en el entrenamiento. Y Suker seguía con su ley del silencio particular. Fernando Hierro, solo en una fila de asientos, con los pies en alto, vivía su particular agonía: "Me equivoqué con las botas. En la primera parte me puse unas con las que me resbalaba y luego, cuando me las cambié, jugué más cómodo". El futuro le preocupa: "Todavía no tenemos nada, hay que ganar. No nos vale haber llegado hasta aquí. De los segundos no se acuerda nadie".
De ahora en adelante ya no serán 32 años sino 34 días de espera hasta la final, un acontecimiento que la prensa italiana ha decidido bautizar a su estilo, con el respeto que le producen dos viejas instituciones. "La final más bella", titulaba La Garetta dello Sport, "Juve-Real, lo máximo", decía La Reppublica
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