Niños multisensoriales

Hace unos días me coincidió compartir un trayecto de tren con dos niños, de ocho y diez años, que viajaban con su papá para pasar la Semana Santa en casa de su abuela. Cada uno de los infantes iba conectado por cable a un walkman, y por medio de una pajita, a una lata de refresco. Además iban masticando chicle y al mismo tiempo leían cómics, que cuando se terrninaban eran inmediatamente reemplazados por otros nuevos.. En fin, no quedaba resquicio sensorial por el que interactuar con ellos, a excepción de las cosquillas, recurso del que el padre se valía cuando necesitabita comunicarles algo. Se me ocurrió que, para completar el cuadro de estimulación objetiva singular, muy bien podrían instalar en los trenes esos artefactos que se balancean y que tienen forma de caballito o de coche fantástico, como los que se encuentran a la entrada de algunos establecimientos. Así, a la vez que leer, oír, mascar y chupar, los niños tendrían la ocasión de estimular adicionalmente su oído interno, matando un pájaro más del mismo tiro.

Tan ensimismadas iban las criaturas en su batería de actividades que incluso era difícil discernir cuál de ellas era la priori- taria. Semejante capacidad de concentración me resultó al principio inquietante, aunque, claro, pensé, después de observarlos un rato, para qué dejarse distraer por el mundo real, aburrido -esos paisajes de montaña donde nada ocurre-, pero a la vez imprevisible -gentes extrañas que se suben y se bajan del tren-, cuando se tiene la posibilidad de crear uno propio, controlado, rebobinable y a la medida. Además, a su papá no le dieron nada la lata en todo el camino.

Por la que sentí algo de lástima fue por la abuela, pues los niños tenían también toda, la pinta de estar resueltos a rechazar las natillas, que vete tú a saber qué extraños condimentos contendrán, a favor de una buena, vieja hamburguesa. Y seguro que cuando les preguntó al llegar con voz emocionada que qué tal el viaje en tren, contestarían ellos: "¿Tren? ¿Qué tren?"-