_
_
_
_

Los símbolos del odio

Los muros y alambradas que separan a las comunidades católica y protestante siguen todavía en pie

Paz o no paz, en Belfast de momento seguirán existiendo muros. Pero el histórico acuerdo logrado en Belfast el viernes es la primera señal de que los símbolos del odio en Irlanda del Norte están finalmente condenados a caer.Se salvará quizá uno, el extraño muro subterráneo construido en 1869 en la mitad del cementerio central de Belfast para separar a los muertos protestantes de los muertos católicos. "Va a ser muy difícil eliminarlo", decía el otro día Kieran Malloy, el director del cementerio. Malloy es un enjuto joven católico con sereno aire de filósofo. Encogiéndose de hombros, opinó: "Lo que está sepultado que sepultado se quede". Después de tres décadas de violencia, la mayoría de la gente le daría la razón. Hartos de asesinatos, bombas, amenazas e insultos, la gran mayoría de los irlandeses quiere enterrar el hacha de guerra.

Euforia no hubo. Los irlandeses están justificadamente curtidos por el escepticismo. "Esperar y ver", decía Andy O'Carr, un transportista católico de Belfast que confesó haber pasado la jornada del sábado dedicado a escuchar por la radio el fútbol inglés.

Pero diversas expresiones de alivio eran visibles en Belfast. Nancy B., una viuda católica del barrio de Ardoyne, estaba emocionada. "Menos mal", dijo, "que todavía queda gente cuerda". "Es una pena que los políticos hayan tardado tanto. Si este plan se hubiera aprobado hace siete años, mi marido estaría aún con vida", dijo mostrando la foto de un hombre que pereció a causa del fuego cruzado durante una batalla callejera entre protestantes y católicos.

Quizá lo más importante es que el proyecto coloca en la misma nave al líder protestante David Trimble, del Partido Unionisa del Ulster (UUP), y a Gerry Adams, el presidente católico de los nacionalistas del Sinn Fein. Trimble se ha negado a hablar con Adams, al que acusa de encubrir el terrorismo del IRA. Pero bajo las nuevas circunstancias el deshielo se perfila inminente.

En Falls Road, la caótica arteria simbólica del poder nacionalista en Belfast, un muchacho pelirrojo llamado Kevin colocaba la bandera tricolor irlandesa en los postes de la luz, indiferente a las patrullas del Ejército británico. "!Ha llegado la hora de la unificación!", exclamó desde lo alto de un poste antes incluso de conocerse el acuerdo.

A menos de dos manzanas de distancia, detrás de la llamada línea de la paz, esa horrorosa muralla coronada por alambradas que separa a católicos y protestantes, en una esquina jugaban al fútbol hijos de unionistas del UUP. "Yo no me meto en política", aseguró un rapaz que dijo llamarse Sean. "Me tiene sin cuidado porque sé que el Ulster será siempre británico".

Eso, por cierto, puede cambiar si el proyecto adquiere la dinámica que espera Adams. Aunque Trimble presentó el plan como un espaldarazo al unionismo, lo que resulta claro es que le va a costar persuadir a sus bases. Trimble trataba anoche de decapitar la amenaza de una rebelión protestante, en gran parte inspirada por el inflexible credo de personajes como el reverendo Isan Paisley que ve el acuerdo como una "traición al Ulster".

Había aún más escepticismo en el barrio del norte que los protestantes llaman White City y los católicos Whitewell. Dentro de poco el municipio de Belfast construirá un nuevo muro para Impedir choques entre vecinos. En una acera, los protestantes acusan a los católicos de hostigamiento a base de pedradas y cócteles molotov. La acusación de los católicos de enfrente es idéntica, pero en sentido contrario. "¿Como vamos a hablar de paz si el gobierno local quiere separamos con un estúpido muro?", se preguntaba Gary Breslin, un mecánico católico en paro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_