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FÚTBOL, 32ª JORNADA DE LIGA

De Pedro, cara y cruz de la Real

El Salamanca igualó el partido tras la expulsión del jugador donostiarra

El barómetro del partido se regía por la desigualdad. Un encuentro clásico entre equipos muy disparares que recitaban su papel con una notable apatía. La Real, superior, se manejaba con suficiencia confiando a la paciencia el remedio a cualquier mal. El Salamanca, inferior, confiaba en la astrología o en las decisiones arbitrarias del fútbol para con los más débiles. Nadie confiaba en el fútbol como principal argumento: la Real porque creía no necesitarlo y el Salamanca porque padece el vértigo del área.La escueta historia se resolvió por un toque de calidad de Pedro, convertido en protagonista presente y ausente del partido. Primero por su friqui al efectuar un saque de esquina que soprendió a Stelea; más tarde por su autoexpulsión, un ejercicio de infantilismo que sembró de dudas a su equipo y animó a un Salamanca desangelado. En ambos casos, De Pedro dio vida al encuentro. Primero lo rescató del aburrimiento y la monotonía con un gol para las videotecas; después lo devolvió a la vida en un trayecto de ida y vuelta que presagiaba ocasiones, más en previsión de errores ajenos que de aciertos propios.

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El Salamanca le agradeció la deferencia y encontró el empate en pleno desacierto organizativo y moral de la Real. Ya no se se rehizo y en cierto modo agradeció el final. Con diez sobre el campo, intercambió el guión previsto y asumió su inferioridad con una naturalidad pasmosa.

El Salamanca cultiva el fútbol de toque, con una pasión en ocasiones exagerada. Sin embargo padece defectos de concepto: Giovanella o Popescu, dos esforzados del fútbol, adquieren mayor noriedad que Taira, un lujo para este juego. El vértigo del área le marea y por ello merodea infrecuentemente por los dominios del rival. Aún así la producción rematadora resultó más fértil que la de la Real, aunque el nivel de efectividad fuera también desigual: un tiro les bastó a los locales para hallar fortuna, por tres de los salmantinos para encontrar su tesoro.

La Real pagó su parsimonia, especialmente acusada tras el gol de De Pedro, al filo del descanso. Tenía a su rival casi entregado y actuó de samaritano. La pérdida de De Pedro no sólo le dejó en inferioridad numérica y psicológica sino que borró de un plumazo la banda izquierda, que hasta entonces había puesto patas arriba al Salamanca cada vez que entablaba un diálogo futbolístico con Aranzabal. A partir de entonces se trataba de defender con futbolistas poco avezados en esas lides. Ante la confusión, la Real Sociedad entregó metros y prefirió defender en su área, desprotegiendo los rebotes, entrengando el balón a su oponente y esperando que el tiempo sustituyera al fútbol.

El Salamanca, acuciado por su situación y por los resultados (Rojo se lamentó en el banquillo del segundo gol del Racing), encontró en el balón el argumento de su fe. Ya no creyó en la astrologia sino en el cerco al que la Real le invitaba a falta de 20 minutos de juego. Brito encontró la red en un fallo defensivo: rodeado de contrarios fue.capaz de marcar el gol en una semivolea casi de espaldas a la portería.

La Real frenó su euforia. Lo hizo por incapacidad manifiesta para concebir el fútbol como un juego de combinación y velocidad y no como un asunto especulativo. Le mató su lectura equivocada del gol de De Pedro: inusual, espectacular y que venía a demostrar la incapacidad para conseguirlo de una forma más ortodoxa. El Salamanca necesitó un golpe moral para recobrar el empate que buscaba, de lo contrario su papel inicial se hubiera agudizado.

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