Un partido extraordinario
El Atlético y la Real empatan en una reunión desordenada, pero vistosa y apasionante
Tuvo grandeza el partido. Le faltaron algunos atributos demasiado necesarios en el fútbol de hoy, como el oficio, la solidez, el orden táctico, pero fue una reunión enorme. Tan vistosa como apasionante, con jugadas sensacionales, de las que ya no quedan, y gestos de casta, de los que desmienten la teoría dominante sobre la actitud de los futbolistas modernos. El Atlético y la Real Sociedad construyeron un encuentro fabuloso. Y por ahí, quizás el empate hizo justicia. Pero los rojiblancos, en realidad, acumularon méritos de sobra para llevarse la victoria.Desde la perspectiva del Atlético, el resultado dejó algún motivo para el reproche. Otra vez un tanteo holgado tirado a la basura, una ventaja desaprovechada, pocas tablas para manejar los partidos como aconseja la ocasión. Pero la actuación de los rojiblancos sólo debería contestarse con piropos. Ante un rival que demostró el porqué de su situación clasificatoria, el Atlético enseñó su mejor imagen de la temporada. Jugó bien, por momentos de forma extraordinaria, dibujó acciones fabulosas y regaló, para los escépticos, kilos de amor propio. Se resistió a su suerte hasta el último minuto. Pero se encontró con Alberto, con los postes, con un defensa que sacaba bajo la raya la pelota, con mil obstáculos. Y le topó, también es cierto, con una Real que jamás aceptó su derrota, que igualmente supo darle un trato grandioso a la pelota y que enseñó dos jóvenes jugadores para retener: López Rekarte y, sobre todo, Aldeondo, un tipo pequeño y con una velocidad endiablada que dobló mil vecez a la defensa rojiblanca. Hasta por alto.
El arranque del partido ya fue para enmarcar. Los dos equipos atacaron a ciegas, arriesgando, descuidando sus respectivas zonas traseras. En el Atlético conectaron sus mejores jugadores, o sea Caminero, Pantic, Kiko y Vieri, y de la fusión salió algo grande. Una mezcla de vistosidad y eficacia que sólo la agilidad de Alberto privó de recompensa. Entre el muestrario de acciones extraordinarias, que dio para media docena de goles aunque no se marcara ninguno, asomó una obra maestra: un globo cruzado de Caminero que Vieri enganchó magistralmente de volea y Alberto, con una mano milagrosa, dejó en nada.
Pero no todo fue Atlético en esos fabulosos minutos iniciales. La Real aportó también lo suyo, que fue mucho. Cada una de sus posesiones de balón fue una lección de contragolpe. Cómo no regalar la pelota, cómo darle salida a toda velocidad y cómo buscar una solución de remate. Sus ejercicios al contraataque también dieron para varios goles, pero sus llegadas tampoco vieron la red.
El partido estaba enorme. Pero amagó con caerse. El juego se hizo menos profundo, más horizontal, y las defensas empezaron a imponer su ley. Tal vez el Atlético entendió que no era aconsejable tanto vértigo. Así que bajó el ritmo y, eso sí, se hizo con el mando del partido y del marcador. El primer gol llegó contra la corriente del encuentro: un rechace, un tiro ajustado de Vizcaíno y una manos blandas de Alberto. Un tanto normal, del montón, nada que ver con la majestuosidad del duelo.
La segunda parte recuperó la grandeza. Apareció desordenada, rota, como si los entrenadores ya nada tuvieran que ver, como si los jugadores hubiesen decidido jugar como jugaban tiempo atrás sus partidos de barrio. La reunión quedó para devorarla con la vista, sin atender a colores ni resultados. Para disfrutarla, paladearla.
El Atlético agrandó su ventaja, esta vez sí acorde con perfíl del partido, en una jugada fabulosa, de tiralíneas, grande. Fue ahí cuando tal vez debió pensar en sí mismo, en la delicada situación por la que atraviesa, en la necesidad de asegurarse los tres puntos. Pero sus jugadores no se supieron frenar. Algunos de ellos acabaron exhaustos de tanta ida y vuelta, de tan poca pausa que tuvo la reunión. Y Antic, como dudando de lo que tenía en el banquillo, se negó a oxigenar a su equipo con algún cambio. Y lo pagó. Porque la Real no estaba muerta. Se encomendó a la suerte, o a su portero, o a su defensa, para no encajar más goles y peleó por darle la vuelta. Además, jugando al fútbol. Con corazón, pero con cabeza. El Atlético siguió genial en ataque, pero se partió en dos, se quedó sin mediocampo y lo acusó su defensa: Aldeondo la hizo sangrar con insistencia y al final se salió con la suya. Dos acciones de su cosecha, la última rematada por Mutiu, nivelaron la contienda.
El Atlético no se derrumbó. Murió por poner de nuevo el marcador de su lado. Caminero siguió extraordinario, Kiko regaló su magia, Vieri desplegó su contundencia, y Pantic, aunque ya sin aire, conservó todo su potencial a balón parado. El Atlético mereció marcar, pero la pelota se negó a entrar en la portería de Alberto. Y no se movió el empate.
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