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¿Volver a los antiguos?

Estamos muchos españoles decepcionados, no vemos claro el porvenir. Los políticos fallan dedicándose a sus querellas intestinas, olvidando lo que importa a todos. Los intelectuales de otras épocas, independientes y críticos, o han desaparecido o están en vías de desaparición; y son sustituidos en su antigua labor por tertulias que sólo confunden el juicio o desvían los temas de fondo a parecidas querellas que los políticos. El pueblo no es oído cuando se manifiesta de modo indudable. Y la Iglesia se mira a su propio ombligo, sin salir hacia un mundo de otra cultura que la suya. Y si miramos al extranjero, más vale no hablar: guerras, violencias, extorsiones, y para echar por tierra a los que no coinciden con ellos, no saben otra cosa que el cerco económico, que al final sólo perjudica a ese sufriente pueblo. Y si de economía se trata, olvidado todo socialismo por humano que se pretenda, triunfa en los Gobiernos el inhumano neoliberalismo, que únicamente favorece a los poderosos y duros.Ante esta realidad que nos envuelve, ¿cómo no reaccionar de modo descorazonado? Y, sin embargo, el hombre y la mujer tienen algo positivo dentro de sí mismos, que nos alerta contra tal reacción y espera, aunque sea débilmente, en que no es éste el fin de la historia porque no haya una verdadera solución para todo ello. No puede dejar de pensar que tiene que haber un mañana mejor, porque no puede creer que la injusticia que domina la historia tenga que ser definitiva, observaba otro descorazonado que quería remontarse: Horkheimer. Y algunos creemos también que hay que volver a nuestras raíces para renovamos y recuperar las fuerzas de cambio.

Pienso en lo que me impulsó definitivamente hacia un mundo abierto: fue la lectura a los 16 años de los diálogos de Platón. Yo casi no sabía quién era Platón; pero un tío mío, hombre culto, me había prometido cuando yo cumpliera esos años regalarme a Platón para leerlo. Y lo leí, y tengo que confesar que mi vida cambió de un modo definitivo. Aprendí que había algo más que los avatares de la tierra; que la verdad -que es lo único que nos hará libres- era alcanzable en eterna búsqueda, y en diálogo con las cosas y los hombres, porque nadie era poseedor de ella ni propietario suyo. Y había que lanzarse a esta búsqueda "con toda nuestra alma"; es decir, con grandeza de corazón y de espíritu, no con estrechez. Y me volví más conscientemente religioso; y un modesto y constante luchador, como hizo Sócrates en grande, contra toda superstición, todo dogmatismo y toda coacción.

Y después me ayudaron los demás clásicos: esos enormes gigantes del humanismo para todos los tiempos. Porque en ellos todo está dicho, y mejor que los siguientes lo dijeron como si fuera original invento suyo. Me chocó también la clave del vencedor de los alemanes en el norte de África: era un inglés imbuido de literatura latina, como el mariscal Montgomery, que fue capaz de preparar en elegante latín sus discursos de respuesta al homenaje que le hizo su universidad tras la guerra mundial. Goblot ha recordado que los grandes líderes y gobernantes romanos, y sus hombres de guerra, que eran ingenieros militares más que destructores, aquéllos lo mismo que éstos, habían leído y asimilado la literatura griega. Para mí ha sido verdad que todo el pensamiento occidental no es nada más que un comentario a Platón.

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Yo, que soy practicante del yoga, recuerdo constantemente, aunque fallo más de lo que querría, que esos consejos venidos de Oriente, que hoy tanto admiran, estaban ya en los clásicos romanos, que desarrollaron dos actitudes básicas ante la vida: "festina lente" (apresúrate despacio), y "age quod agis" (haz bien lo que haces y no te desperdigues). Lo contrario de esa prisa acelerada que nos recome; y de la dispersión constante que no nos deja ser nosotros mismos y nos convierte en meros autómatas de la sugestión social, como pronosticó nuestro Ortega y Gasset.

¿Hay algo que nos pueda ayudar más que los aforismos presocráticos para gobernar nuestras vidas? Recordémoslos: "No hagas nada con violencia" (Cleóbulo), porque nos envolverá "la espiral de violencia", como vaticinó el obispo Helder Cámara ayer, y hoy reconoce el monje revolucionario Ernesto Cardenal. "Toma tu razón como guía" (Solón), en conducta lo mismo moral que religiosa, y no tengas otra instancia superior a ella si no quieres vivir alienado. "Conócete a ti mismo" (Quilón), y lo repetía el oráculo de Delfos: era, más que un angustioso examen de conciencia, el reconocimiento de lo que somos los hombres, hombres y no ángeles, según la realista santa Teresa. "Lo que reprochas a otro no lo hagas tú mismo" (Pítaco): un consejo moral práctico llamado la regla de oro, y que está en todas las culturas y religiones. "Si mandas, gobiérnate a ti mismo" (Tales de Mileto), pues quien no sabe gobernarse mal podrá gobernar a otros con su ejemplo negativo, y nadie le obedecerá ni le creerá, como repetía Confucio: que se gobierna más con el ejemplo que con órdenes. Y, para terminar, Bias de Pirene sostenía que se debe "atraer a la gente más por la persuasión que por la violencia". Sin olvidar -decía- que todo requiere una reflexión, pues sin ella seremos ciegos, y peligrosos por ignorantes, para dirigirnos nosotros y al mundo.

Eso es lo que usaron para educar a sus alumnos los jesuitas en los primeros siglos de su historia, hasta que se volvieron lo contrario, tras la mala experiencia de su supresion en 1773 y su restablecimiento en 1814. Habían sido antes educadores, por el camino de la literatura griega y latina, de grandes hombres como el dramaturgo Corneille, el filósofo y matemático Descartes, los grandes oradores Bossuet y Bourdaloue, el comediógrafo Moliére, el filósofo político Montesquieu y el filósofó crítico Voltaire. No habían llegado a la cerrazón decimonónica, inspirados moralmente en el nefasto Abbé Gaume, como cuenta Pérez de Ayala en A. M. D. G.

Hasta el contenido de la moral del Nuevo Testamento y de la auténtica tradición antigua católica se basa en la clásica, en buena parte de los estoicos, como analizó el biblista anglicano Dodd; y, sobre todo, en los humanos seguidores de Epicuro, como ha demostrado Farrington. ¿Por qué no leer actualmente los educadores católicos a san Basilio y sus recomendaciones de esos clásicos de Grecia y Roma en vez de la superficialidad espiritual que a veces se suministra? La buena educación de los primeros siglos de expansión cristiana vino por ese camino moral humanista, como recomendaba el obispo de Braga en el siglo VI en sus Reglas de vida honrada; y san Carlos Borromeo, que escribió un florilegio de sus sentencias; o el verdadero san Luis Gonzaga -no el mojigato que nos ensenaron los jesuitas de hace 50 años-, que se inspiraba espiritualmente en Séneca.

Me encanta que el maduro Menéndez Pelayo se sintiera inspirado por ellos porque "los griegos son escuela de libertad y no de servidumbre".O el hombre de izquierdas en su tiempo que fue Clarín decía: "Lo primero que hace falta para decir lo nuevo es conocer bien lo viejo".

¿Aprenderemos así un nuevo camino con la lectura complementaria de las prácticas Leyes de Platón y su utópica República?

E. Miret Magdalena es teólogo seglar.

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