_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Doble pareja

La larga concentración del Madrid en Barcelona provocó un sugestivo caso de duplicidad entre enemigos naturales. El Barcelona había llegado al hotel sin incidentes. Seguido por su acostumbrada corte de devotos, trataba de esconder la cabeza en las interioridades del edificio bajo un caos de bufandas, carteles, fognazos y otras visiones del confeti del fútbol. A su regreso de Alemania, el Madrid llegaba al aeropuerto del Prat con la modorra crepuscular que sufren todos los supervivientes. Allí fue recibido por un séquito de trasnochadores y llegados de todos los escondrijos del madridismo catalán, así que los chicos tuvieron que superar sin demora el síndrome del viajero: se sacudieron la confusión y, convertidos de nuevo en el muñeco del ventrílocuo, empezaron a sonreír a aquellos desconocidos que les miraban con arrobo, como se mira a lo mejor de la familia.Luego se reagruparon en su abigarrado cuartel de forasteros, bajo el inevitable mar de bufandas, carteles y destellos. Según los cronistas, fue tanto el fervor de los peregrinos que el directivo Bustos, vicario de Sanz en la expedición, dio instrucciones a Seedorf, Guti y a un tercer jugador para que salieran a agradecer el entusiasmo. ¿Que quién fue el tercer jugador? La pregunta es improcedente: Roberto Carlos, por supuesto.

Horas más tarde, los dos equipos seguían el guión de sus vidas paralelas. A distancia, sólo podrían distinguirse por sus uniformes. Apegado a su tribu, cada bando evolucionaba en el campo y los vestíbulos como un único cuerpo; los futbolistas se desplegaban y replegaban a requerimiento del entrenador, como después se estiraban y encogían a petición de la multitud. Eran una ameba rica en poliéster y resignada a cambiar de forma por exigencias de la programación. En la orilla local, los enviados especiales pedían interlocutores. Para darles bola llegaron Amor, Luis Enrique, Figo y un cuarto hombre. ¿Que quién era el cuarto hombre? La pregunta es impertinente: Rivaldo, por supuesto.

Por milésima vez el fútbol reunía a dos de sus símbolos, los vestía de fiesta, y les pedía que, mientras avanzaba la cuenta atrás, hicieran un guiño, dijeran una palabrita, obsequiaran a la concurrencia con algún titular.

-He comprobado que Cataluña nos quiere; en justo pago, si marco un gol en el Camp Nou me cuidaré muy mucho de celebrarlo -dijo Roberto Carlos cuidándose muy mucho de citar al francotirador que le acertó en la cocorota con un mechero.

-Son cosas que pasan y luego se olvidan. Estamos en otro partido; debemos concentramos en ganar y no pensar en lo que sucedió en Madrid -diría Rivaldo cuando le preguntaron por los cañonazos que recibió en el estadio Santiago Bernabéu.

Al margen de rivalidades pasajeras, Roberto y Rivaldo representan una misma estirpe regeneracionista de jugadores. Se han hecho famosos después de una dura rehabilitación personal: Rivaldo tuvo que salir de su estampa de niño huesudo y larguirucho para convertirse en un atleta; Roberto Carlos fue uno de esos hombrecitos prematuros a los que la naturaleza compensa con el poderío lo que les ha quitado en tamaño: musculatura, a cambio de centímetros.

Superadas las emociones del partido, ambos nos dejan una promesa que representa sus propios destinos paralelos. Podemos estar seguros de que, prisioneros de la improvisación, pero protegidos por la potente magia de su misterio, volverán a sorprendernos el próximo domingo. Faltan siete días.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_