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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Afganas y españolas

COMO CADA 8 de marzo, mañana se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y, como cada año, una amplia agenda de actos y debates recordará a la sociedad que el objetivo de igualdad de trato y de oportunidades está aún muy lejos de ser alcanzado. Este año, la jornada está especialmente dedicada a las mujeres afganas, sometidas por el régimen de Kabul a una ignominiosa negación de sus derechos más elementales. Pero el motivo especial de la jornada de este año no debiera servir para guarecer las malas conciencias de la sociedad española respecto a la situación de la mujer en nuestro país.El rosario de casos de violencia doméstica sobre mujeres descubiertos en los últimos meses es especialmente preocupante y no permite excesivo optimismo sobre la condición de la mujer española. Concuerda todo ello con la observación de algunos datos más generales. En el ámbito laboral y de representación social, por ejemplo, la situación de la mujer no avanza al ritmo que se esperaba, y es hora de preguntarse dónde radican los obstáculos. No es un problema sólo de España. En todos los países de la Unión Europea se observa una gran desigualdad en aspectos esenciales como la tasa de actividad, la incidencia del paro o los niveles retributivos, pese a que desde hace años se están aplicando políticas destinadas a eliminar esas desigualdades. O estas medidas no dan los frutos esperados porque no se aplican correctamente, o son insuficientes, y entonces se ha de plantear otro tipo de estrategia que permita avances más significativos.

Sólo algunos países del norte de Europa, como Noruega, se han acercado a la deseable igualdad, aunque no de forma homogénea en todos los sectores. El resto de países presenta unas estadísticas claramente desequilibradas, y España sale especialmente malparada en las comparaciones. De entrada, es el país con menor tasa de actividad femenina (37,8%, frente al 63,1% en los hombres) y el de mayor porcentaje de paro femenino. El paro registrado entre las mujeres es exactamente el doble del de los hombres, 18,1% frente al 9,6%. Y aun este dato es engañoso, porque muchísimas mujeres que desearían trabajar encuentran tal cúmulo de dificultades que acaban desistiendo y ni siquiera Figuran en las listas del Inem.

Mucho más lacerante es la desigualdad que refleja la Encuesta de Población Activa, que da un índice de paro del 27,9% entre las mujeres, frente al 15,3% entre los hombres. Y aún hay otra forma más cruda de plasmar esa misma realidad: entre los hombres mayores de 16 años, el 53% tiene trabajo, mientras que entre las mujeres sólo el 27% tiene empleo. Y pese a que la Constitución Española condena sin paliativos la discriminación por razón de sexos, todavía las mujeres que trabajan soportan globalmente una discriminación salarial que ha sido cuantificada por diversos estudios en un 30%.

En los últimos veinte años las mujeres españolas han hecho un esfuerzo de formación sin precedentes. Las familias han aplicado la igualdad entre los hijos y las hijas en una proporción que luego la sociedad no ha sabido mantener. Las mujeres son mayoría en las aulas universitarias y tienen niveles de formación que las hacen perfectamente competentes y competitivas para afrontar con éxito las exigencias del mercado de trabajo. Pero muy pocas consiguen puestos de responsabilidad. De hecho, el porcentaje de mujeres es menor conforme se asciende en la jerarquía profesional.

Hace treinta años se podía tal vez decir, sin tener que sonrojarse, que no había muchas mujeres preparadas entre las que poder elegir. Por supuesto, había muchas más de las que se quería reconocer. Pero hoy ese argumento no sirve y la desproporción entre el número de mujeres y hombres en cargos de responsabilidad se ha hecho mucho más acusado; porque ahora hay muchas más mujeres en la plantilla de cualquier empresa.

A la postre, se está demostrando que las mujeres no sólo tienen un techo que les impide alcanzar puestos de responsabilidad y representación al más alto nivel, sino que el suelo laboral por el que transitan ha sido engomado con una cola invisible que mantiene a la mayoría de ellas pegadas a los puestos de menor remuneración y categoría profesional, pese a que se ha demostrado que, en conjunto, están muy bien preparadas y en algunos aspectos ofrecen importantes ventajas comparativas sobre los hombres. Esta situación está generando en las mujeres un sentimiento de frustración que acabará repercutiendo sobre el conjunto de la sociedad.

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