Dios
Lo más difícil de aceptar de la condición humana es que estamos hechos de partes, de manera que para decir soy uno y me llamo fulano de tal es necesario, paradójicamente, contar con dos riñones, un hígado, un conducto colédoco y algunos alveolos pulmonares, entre otras menudencias y menudillos. Dichas piezas, por otro lado, son perfectamente intercambiables, como ha venido a demostrar la medicina moderna y el contrabando de órganos humanos. Todo apunta, en fin, a que nos fabrican más o menos en serie, como a Dolly. De ahí la necesidad de destacar, de ser alguien en esto o en lo otro. El triunfo real del individuo es la derrota imaginaria de las partes. Dénme una medalla, un título, un premio, un blasón, un apellido, que ya me las arreglaré yo para hacerle creer a mi páncreas que estamos hechos el uno para el otro.Y no es cierto: un páncreas es tan permutable como una cuenta corriente. Si se abren en Suiza y bajo claves secretas es para evitar que llegue un experto tipo Estevill y la trasplante de un bolsillo a otro. Este juez chantajeaba a sus víctimas con dinero, pero podía haber pedido uretras: los chinos han convertido la pena de muerte en una actividad industrial, gracias a la que exportan toda clase de componentes corporales, incluso piel y córneas. Sería absurdo culpar a alguien de este tráfico, excepto a la fatalidad de estar hechos de partes, que no sabemos por qué es. No sabemos nada.
Por eso Dios no tiene un gramo de grasa ni está compuesto de tejidos, ni siquiera del conjuntivo, que es tan lírico. La condición para ser algo es no ser nada, como demuestran las necrológicas. Mientras tanto, puedes presumir de lo que quieras, que ya se encargará el ardor de estómago de llevarte la contraria. A mayor complejidad orgánica, menor sustancia: fíjense en Miguel Ángel Rodríguez.
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