El Evangelio
A veces se acusa a la Iglesia de vivir alejada de los problemas de la calle, y no es verdad. De hecho, los obispos se tienen que tragar las reglas del mercado en sus negocios radiofónicos como usted y yo en los créditos hipotecarios. Si el fratricidio vende, no hay más remedio que invertir en fratricidio, aunque eso vaya en contra de los estatutos, o del Evangelio. Ya se ocuparán los sacerdotes de promocionar la hermandad desde los púlpitos, al menos mientras los púlpitos no coticen en Bolsa. Una cosa es la coherencia y otra la obcecación, el suicidio económico, la estupidez.La gente se queja de la dictadura del mercado porque no es capaz de advertir los cambios que está produciendo en las religiones. Cuando no existía el índice Dow Jones, te podían llevar a la hoguera por afirmar que la Tierra daba vueltas alrededor del Sol, aunque se tratara de una idea muy comercial. Hoy, en cambio, no se atreven a torturar a nadie sin hacer primero una proyección de beneficios. En Argentina, por ejemplo, apoyaron a los militares en una operación de genocidio que parecía desastrosa, y ahora nos han llegado las cuentas de los generales en Suiza y resulta que se forraron con los bienes muebles e inmuebles de los desaparecidos. Algo de esa rentabilidad les habrá llegado a través del cepillo.
Pero la persecución del beneficio económico, con suerte, se transforma en una forma de tolerancia, porque le obliga a uno a aceptar cosas con las que no está de acuerdo. Los obispos españoles detestan la basura que emite la Cope, pero viven de ella. De ahí a defender la libertad de expresión no hay más que un paso. Y de aceptar que la religión es un producto de consumo, dos. A lo mejor, a golpes de cuenta de resultados se nos hacen demócratas de verdad. Marchando una de evangelios. Viva el mercado.
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