El cable
Es cierto que lo del cable es un lío. Quien utilice el término, por recurrente que resulte, no hallará otro más atinado para definir la maraña de intereses que se entrelazan en el concurso para la concesión de las licencias de explotación de ese servicio en Madrid. El común de los mortales entiende que lo del cable es una nueva forma de acceder a la televisión de pata negra como la que ofertan las plataformas digitales. Una oferta capaz de rescatarnos de la miseria intelectual en la que nos tratan de sumir algunos programadores mediáticos investidos de gurus de la comunicación por obra y gracia de los índices de audiencia. Hasta ahí llega, que no es poco, el conocimiento general sobre lo que está en juego en el concurso que otorgará las licencias para operar en las tres demarcaciones en que ha sido dividida para ese fin la Comunidad de Madrid. Detrás, sin embargo, hay mucho más. El adjudicatario de la concesión podrá ofrecer, al margen de la televisión digital, otros servicios de telecomunicaciones como la telefónía fija o el acceso a Internet a casi cinco millones de habitantes. Un auténtico momio a juicio de los expertos del sector para plantarle cara a Telefónica desde la mejor de las atalayas del Reino.Ni el espacio de esta columna ni probablemente la paciencia del lector permitiría detallar todos los antecedentes (algunos de ellos ciertamente escabrosos) y aspectos a considerar en esta batalla del cable que libran en Madrid los dos consorcios en liza. No conviene olvidar, sin embargo, quién es quién en esta pugna y lo que cada contendiente trae bajo el brazo. Aquí están frente a frente CYC-Madrid y Madrid Sistemas de Cable. El primero está liderado por las compañías eléctricas Endesa y Unión Fenosa junto a Telecom Italia, y el segundlo lo encabeza Cableuropa bajo el control de distintos bancos y sociedades americanas. Ambos ofertan el oro y el moro, pero ninguno de los dos viene con la intención de hacer obras de caridad. Vienen a ganar dinero, mucho dinero, en una inversión a 15 años que puede convertir al elegido en la empresa madrileña con más futuro del siglo XXI. Una, empresa capaz de poner en juego de 200.000 millones a 300.000 millones de pesetas en la próxima década, crear de 7.500 a 11.000 empleos directos y proporcionar a las depauperadas arcas municipales hasta 80.000 millones adicionales a través del canon que cobrarán los ayuntamientos. Son cifras de grueso calibre que permiten valorar la importancia de la decisión que los distintos órganos de la Administración implicados en el proceso han de tomar. Esa determinación, sin embargo, puede verse influida por determinados intereses tácticos que le son completamente ajenos a la que ha de ser la primera y gran beneficiaría de lo que se resuelva, la Comunidad de Madrid.
Quienes deciden podrían caer en la tentación de valorar las ventajas que obtendrían dando satisfacción a determinados grupos implicados en las ofertas en aras de otras alianzas y objetivos que consideran estratégicos. Sería nefasto que esas consideraciones ponderaran, por ejemplo, en favor del reparto de las demarcaciones entre los dos consorcios. Una división del negocio anularía la posibilidad de crear una alternativa real a Telefónica, quien, conviene recordar, tiene concedida de antemano una de las dos licencias para operar en cada una de las tres zonas de Madrid. Esa participación, además, privaría a nuestra región de crear una empresa madrileña con la suficiente magnitud para ser alguien en el sector de las telecomunicaciones.
Es precisamente esa imperiosa necesidad de que le sean concedidas a un solo grupo las tres demarcaciones lo único en lo que están de acuerdo los dos consorcios que concurren al concurso. Por lo demás, cada uno presenta un enfoque distinto a sus ofertas, con ganchos económicos diferentes en el intento de llevarse el gato al agua. Sus posibilidades reales de inversión, de creación de puestos de trabajo, la capacidad que tengan de operar y el prestigio de quienes están detrás de cada grupo es lo que ha de ser bien ponderado para escoger la opción más beneficiosa para Madrid. Cualquier otra consideración resultaría perversa. Que no nos líen con el cable.
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