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Una noche con la estrella

Ángel S. Harguindey

Uno de los grandes y constantes enigmas del cine es el de saber lo que convierte a una actriz -y hay centenares- en una de las escasas estrellas que controlan el mercado. Sharon Stone es una de las indiscutibles reinas de la industria desde que decidió cruzar las piernas delante de un grupo de babeantes policías, y hace tiempo que discutir sobre el deslinde entre industria y arte cinematográficos es un ejercicio de onanismo intelectual.El especial Sharon Stone, una mujer de cien caras que emite esta noche Canal + (23.43 horas) como complemento de la proyección de dos de sus filmes (Diabólicas -22.00 horas- y Condenada -00.08 horas-) permitirá comprobar varias cosas: en primer lugar, que debajo de su cráneo hay un cerebro bien estructurado. Sus declaraciones, incluso las que pudieran parecer ingenuas, corresponden a una persona que sabe muy bien lo que quiere, y que tiene sentido común.

Isabelle Adjani, compañera de reparto de la Stone en Diabólicas, señalaba en una entrevista su sorpresa ante el ritmo hiperactivo de la estrella rodeada permanentemente de asesores, preparadores físicos, maquilladores y peluqueros, frente al anhelo de tranquilidad de la actriz francesa. Es una de las muchas diferencias que existen entre quien opta por la interpretación como una forma de vida y quien la asume como un oficio. Las estrellas, precisamente por serlo, no encuentran otro sentido al existir que el dedicar su cuerpo y alma a mantener su brillo y permanecer en el firmamento.

La segunda gran virtud de este documento es el guión de Guillermo Cabrera Infante en el que, una vez más, deja sobradas muestras de su erudición cinematográfica, de su estilo literario y, sobre todo, de su enorme veneración por las mujeres.

Uno de los privilegios, o derechos, de quienes consideran que la mujer justifica y explica la propia existencia es el de poder ser desleal con una en concreto puesto que la infidelidad redunda siempre en favor de todas. Cabrera Infante rinde homenaje a la estrella -su libertad de pensamiento y expresión le permiten superar la falaz división entre industria y arte- y para ello recuerda con admiración el árbol genealógico de las grandes rubias del celuloide, desde Jean Harlow y Marilyn, a Kim Novak y la tan citada Sharon Stone. Sus elogios a todas ellas, y a algunas más, nunca van en detrimento de ninguna. Son una declaración de amor al género femenino.

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