Retiro 98
Los gorriones madrileños no quieren saber nada de los desmochados árboles, pero vuelven a piar fuerte por los aires, tejados, patios de vecindad. Están salidos, son cosas de la edad y la estación. Los palomos, inflados otra vez de concupiscencia, persiguen con andares clintonianos a las hembras de su especie. Las cigüeñas, en nuestros pueblos, regresaron puntualmente para San Blas, o antes, o ni aun se movieron de sus nidos, dedicándose a devorar comida basura, nunca mejor dicho, por esos vertederos de Dios. ¿Quién podría extrañarse cuando cada vez más individuos de nuestra especie hacen lo mismo por los establecimientos yanquis de Madrid? Pervertidas sin remedio por nuestro. nefasto ejemplo, tiraron las pobres por la borda la brújula, el instinto, los atavismos. Pero incluso ellas se han enterado en sus gónadas y seserillas de que la primavera está a la vuelta de la esquina. ¿Se percató el Ayuntamiento?Buscando respuestas, me fui al Retiro el domingo a mediodía. Antes de entrar, me topé en la plaza de la Independencia con tres mujeres andinas que venían en sentido contrario. Diminutas, encorvadas, con enormes fardos sobre sus escuetos lomos. Y ¿por qué abandonaban nuestro "parque más emblemático" precisamente a la hora en que los demás, presuntos compradores de su mercancía, penetrábamos en él? Sin duda, la autoridad competente las había ahuyentado. ¡Infelices! También a ellas las hemos engañado y pervertido, aunque sea por pasiva. ¿No estarían harto mejor en su pueblito peruano, más sosegadas que en la ininteligible, aterradora, poblada de autoridades competentes? Allá, en el antiplano, una llama de grave semblante y dúctil predisposición les ayudaría a llevar el fardo. Acá, la antaño famosa "llama de La Moncloa", que cumple cadena perpetua en el zoo, no está para esos trotes ni para nada. Dicen que la llama está triste, ¿qué tendrá la llama?
Sumido en tan tristes pensamientos, penetré en el parque y, tratando de soslayar la visión de las vallas protectoras de nada, donde antaño se alzara el chiringuito Puerta de Alcalá, derivé hacia el quiosco de la música, a bordo del cual se desgañitaba al micrófono, como todos los domingos, el solitario y heroico orador perteneciente a las Plataformas Ciudadanas por la Justicia. Nadie se detenía a escucharle, ni nadie acudió en su ayuda cuando los altavoces comenzaron a emitir rabiosos pitidos y él reclamaba, con creciente énfasis, la "presencia de una persona técnica". Estaba, en suma, más solo que la una, hora aproximada en que yo, algo es algo, sí me paré a escuchar su speech.
Luego, ya suficientemente edificado por la misma, proseguí la caminata, o más bien patinata, sobre viscosos barrizales, encontrándome a poco entre rejas. Es que, según explicaban solícitos carteles municipales, "estamos rehabilitando la zona 9, plaza de Galicia y entorno". Buscando la forma de salir de la inesperada mazmorra, atravesé una zona de auténticas arenas movedizas, llegando hecho un asco, pero aún vivo y coleando, al asfalto del paseo de Coches. También la orilla de enfrente, ahora sin explicaciones, estaba cortada por una maraña de vallas amarillas, entre la puerta y el monumento a Cuba. Aquello parecía, en vez de un parque placentero, un campo de exterminio. Por cierto, que el grupo escultórico lucía en la parte posterior nuestro antiguo escudo imperial y en el pilón una tortuga-fuente que me pareció, no sé por qué, toda una parábola de la actual diplomacia española respecto a nuestra antigua perla del Caribe y joya de la Corona.
Jopé, el espacio. Un poco más allá, frente a la vieja Casa de Fieras, no tuve más remedio que contemplar uno de esos aduares verbeneros, con colores corno del Betis, que han reemplazado los antiguos y amables quioscos, absurdamente demolidos. y jamás, aún, reemplazados. Va a hacer un año que denuncié aquí mismo tal desidia, en Fin.
El Palacio de Cristal, ínclita doña Esperanza, sigue descristalado. Su grácil estampa de antaño se esfumó: ahora es un mazacote de hierros. En la orilla del estanque y en casi todo el Retiro, el césped desapareció, como si hubiera pasado Atila. Pronto volverá a sonreír la primavera, lagarto, lagarto, y el Ayuntamiento no se entera. Qué rima.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.