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El Gobierno de Aznar va para largometraje

Se aproxima el segundo aniversario de la victoria electoral del PP y enseguida el de la investidura del actual presidente del Gobierno. Ya deben estar preparándose las conmemoraciones y para escenificarlas, si el tiempo lo permite, se pasará del palacio de Deportes al ruedo de las Ventas. Se discute quiénes serán los artistas invitados y_qué líderes intervendrán como teloneros para caldear los tendidos a la espera del momento culminante con la intervención del presidente Aznar. Aquella noche del 3 de marzo del 96 se vivió como la de la dulce derrota de los socialistas en palabras de Felipe González y tuvo aires de amargura y escasez en la sede pepera de Génova 3. En la calle seguían resonando los fervores entusiastas de "¡Pujol, enano, habla castellano!", mientras la rabia y la impotencia se apoderaba de los más altos despachos. Después de patalear algunos muebles se impuso analizar el vientre de las urnas y proceder conforme a las necesidades de acuerdo con los nacionalistas detestados hasta la víspera.Los 300.000 votos de ventaja obtenidos por los colores populares sobre los socialistas configuraban un menú largo y estrecho, que obligaba a combinar muchos sabores y presagiaba una tormentosa digestión. Los nacionalistas catalanes, vascos y canarios pidieron cartas y se hicieron pagar sus apoyos para la investidura pero se abstuvieron de cerrar un pacto de gobierno o de legislatura. Todo quedó en la aparente levedad de un préstamo de votos para investir al líder del PP como nuevo presidente del Gobierno. Cundió la idea de que lo del PP iba a ser un cortometraje mientras los sondeos confirmaban la baja estimación de Aznar a quien seguía superando su antecesor. La victoria del 3 de marzo estaba revestida de todos los atributos de la precariedad. El programa máximo del PP -sacar de Moncloa a Felipe González en un coche celular que lo trasladara a un centro penitenciario- parecía fuera de alcance y para Aznar la posibilidad de padecer un rápido desalojo del poder nublaba sus horizontes.

El infatigable compañero de Aznar sobre las canchas del paddel del gimnasio Abasota, compareció entonces aportando luz para disipar las tinieblas. Se sentía revestido del perfil de Pedro Zola y padre de la victoria que empezaba a cuestionarse. Venía dispuesto a explicar cómo agrandar sus límites. Quería salir al paso de los análisis aviesos que cargaban sobre el sectarismo de la orquesta mediática la reponsabilidad de que se hubiera esfumado el irremediable triunfo del PP en las anteriores elecciones del 93. Esperaba obtener pingües recompensas del nuevo poder y no estaba dispuesto a que la suya fuera presentada como una victoria sin alas. El PP en el Gobierno seguía ejerciendo de oposición a un PSOE incrédulo antes las nuevas realidades. Hasta que una tarde enroscado al árbol del bien y el mal, del que sale también la pasta del papel prensa para su diario, Jotapedro le propuso a José María Aznar la solución para que el Gobierno dejara de ser un corto y cobrara aires de largometraje. Se trataba de aniquilar a ese grupo perverso que, según él, servía de referente mediático a González y al PSOE. Sólo después, Aznar tendría garantizada una permanencia indefinida en Moncloa.

Ahora se anuncian, pues, tiempos menos apasionados. Aznar ha renunciado a las guerras de exterminio que le fueron propuestas. A cambio, sus adversarios abandonan como primer objetivo desalojarle del poder. La épica de los avances fulgurantes se sustituye por el aburrimiento de la guerra de posiciones sin que los antagonismos psicológicos se hayan apagado. Se acabaron las acusaciones de amnistías fiscales a los amiguetes y decrece la inminencia de elecciones legislativas. Empieza el viacrucis del GAL, pero nadie va a incitar a las turbas que se agolpan en el camino. Aznar se prodiga y acaricia el récord de agotar hasta el último día de legislatura sin un solo recambio en el equipo de Gobierno. Habrá que estar atentos al peso de los propios errores del PP y los nacionalistas tendrán que consentir o incomodar hasta la ruptura.

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