Danza contra la resignación
Una escuela de psicoballet enseña en Madrid a discapacitados fisicos y psíquicos
, -Créete lo que haces, chica. No lo hagas tan frío.
Ruth se espabiló al oír su nombre en los labios de la directora y trató de poner más emoción en su personaje. Movió sus brazos con energía sin perder el ritmo, dejó aflorar una mayor intensidad en su cara y se aferró después a su compañero de baile en un abrazo medido por la música.
Fue una mañana de diciembre atravesada por la nieve y ellos ensayaban en la sala del teatro Pradillo de Madrid. El tiempo del ensayo general se agotaba y la directora de la obra no estaba para complacencias:
-Venga, Ruth, créete lo que te está pasando.
Por la tarde, Ruth y sus compañeros, integrantes de un grupo de teatro valenciano, actuaron de cara al público madrileño dentro del programa de la Fundación Maite León. Al día siguiente se representarían obras del psicoballet madrileño Maite León, una compañía ya profesional, junto a un joven grupo de Alicante. Todos ellos formados por actores y bailarines con discapacidades físicas o psíquicas.
Como cualquier actor subido a un escenario que olvida quién es para dar vida a su personaje, ellos también buscaban ser mirados y sentir que sus cuerpos gustaban. Los que en la calle se ven condenados a franquear toda clase de barreras, en mallas y zapatillas tenían el mundo en sus manos durante unas horas.
Después, traspasadas las bambalinas, Ruth, Arancha, Ramón, Carolina o Marta volverían a encontrar las pequeñas o grandes complicaciones de sus vidas de discapacitados.
La bailarina Maite León se planteó abrir a comienzos de los ochenta una escuela de ballet para discapacitados cuando vio cómo su hija, también deficiente, mejoraba gracias a los ejercicios de danza que ella le había enseñado. La niña, que en la cuna había recibido el pronóstico médico de que sería poco menos que un vegetal, ahora forma parte del psicobAllet que diri ge su madre y se da a conocer con toda naturalidad como "la hija deficiente de Maite León".
No es, desde luego, la única que ha hecho de su cuerpo un camino de integración. En Madrid, la escuela de Maite León cuenta con 200 alumnos. De ellos, unos 120, los más avanzados, forman dos compañías profesionales de danza que han actuado dentro y fuera de España. De forma paralela, la fundación también forma a monitores y maestros en el método del psicoballet.
"No nos planteamos hacer terapia, pero la formacion que les damos como bailarines ya implica terapia de forma indirecta. Porque estudian danza, maquillaje, control de voz, canto, ejercicios de respiración", explica Maite León.
"Intentamos unir la minusvalía y el mundo del teatro, una mezcla que presenta dificultades, porque no es lo mismo dirigir a un actor convencional que a un discapacitado, o a un psicótico al que un foco de luz puede molestarle", continúa. Pese a todo, León hace hincapié en el tesón y la disciplina con que afrontan los ensayos.
"Responden mejor los discapacitados profundos o los psicóticos que los llamados 'límite', lo que demuestra que no es cuestión de inteligencia, sino de voluntad", añade Maite León.
Ruth asiste a un taller ocupacional en Valencia y allí ha encontrado la oportunidad de hacer teatro. "En ésta obra da vida a una hija que corta los lazos con una madre represora, descubre el amor y sufre una violación", afirma Carmen, la maestra que dirige el grupo. "Tenemos que pulir más la obra, pero sólo el hecho de viajar y haber venido a Madrid a representarla les enriquece", opina Vicente, el coreógrafo. "La danza les ayuda" a abrir puertas que tenían cerradas. Y si para Ruth ha representado un estímulo llevar el peso principal en la obra, a otra compañera algo obesa que al principio se mostraba reacia a arrastrarse por el suelo, como exigía su personaje, cuando se le advirtió que si no colaboraba no actuaba, dijo que haría lo que hiciera falta para poder salir al escenario", agrega el coreógrafo.
"Nuestra filosofía es que hay que explorar, arriesgarse y no copiar", dice Maite León. Gracias a esa técnica, de sus aulas han salido actores profesionales que, cuando el personaje lo ha requerido, han interpretado obras convencionales, aunque lo habitual es que se integren dentro de la compañía del psicoballet.
La fundación se nutre económicamente de una subvención del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, las cuotas de los alumnos que acuden a la escuela y el caché de las actuaciones. La ONCE también colabora en algunas actividades. "Ahora quiero fichar a minusválidos especialistas en iluminación y vídeo", asegura León.
La compañía de Madrid ha llegado a presentar montajes de gran complejidad, entre ellos, Powaqqatsi, los avatares de una tribu de indios. Allí aparecen, formando figuras con sus cuerpos, Ramón, Arancha y Ana. Estas últimas apenas tiritan de frío en el camerino cuando sustituyen las mallas por ropa de calle. Están habituadas.
Llevan muchos años bailando y haciendo ver que sus cuerpos son hermosos. Que hasta en la derrota de unos miembros dañados puede surgir arte y que la belleza no siempre nace de la perfección, sino de ese escalofrío que conmueve al espectador cada vez que siente lo que siente el que actúa.
Para ellos, además, la danza no es algo que representan una vez al año, sino una forma de vida. Son actores discapacitados que demuestran en el escenario que en el arte no hay-distancias.
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