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Tribuna:EL EMPLEO EN EUROPA
Tribuna
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¿Hay un lugar para el derecho del trabajo bajo el sol?

Como se anotaba en The OCDE Jobs Study, de la OCDE, los 35 millones de personas actualmente desempleadas en sus Estados miembros "entrañan' un enorme despilfarro de recursos humanos, implican una ineficacia monumental de los sistemas económicos y provocan una gran zozobra social".Los economistas -ya sean profesionales liberales o institucionales- han entrado a saco en el mundo de las relaciones laborales dándonos unas recetas de curación de los males de los mercados occidentales del trabajo, que casi siempre pasan por el aceite balsámico o de ricino -según se mire- de la liberalización del marco normativo. Hay que aflojar -se nos dice- las cadenas de la Ley laboral para que todo funcione mejor. Incluso se inventan términos (Boltho y Glyn) como el TADNAI (tasa de desempleo no aceleradora de la inflación) para explicarla como tasa de desempleo "natural" o de "equilibrio", incluyendo por tanto el desempleo transitorio y el estructural. Son agobiantes (y a veces ininteligibles) las recomendaciones económicas para que el empleo mejore. Pero como digo, casi siempre pasan tales recomendaciones por la culpabilización del Derecho del Trabajo respecto de la mala situación de desempleo que sufre nuestra sociedad occidental.

Y en tal línea, uno llega a dudar de los postulados y columnas de nuestro Derecho del Trabajo de la llamada Edad de Oro de la economía mundial (19501973), en la que la expansión de la producción y del consumo fue a un ritmo del casi 5% anual. En esa Edad de Oro el Derecho del Trabajo se robusteció, se creó una cultura social, proporcionó bienestar, hizo de la dignidad un patrimonio de los trabajadores, y en definitiva el Derecho del Trabajo fue el auténtico basamento de la paz social. Paz que, históricamente, ha sido en Europa quizá la más larga de la historia, cronológicamente hablando. Tenemos una Europa social que siendo la base de la Europa política, ha sido arrumbada y menospreciada por ésta en los Tratados y Actas de la Unión Europea.

Europa ha llegado a crear -con sangre, sudor y lágrimas- un auténtico modelo social, distinto al de EE UU y al de Japón. Tal modelo, con las evidentes diferencias entre los distintos países de la Unión, tienen sus defensores y detractores. Como se afirma en el reciente estudio de la OIT sobre El trabajo en el mundo 1997-1998, al modelo social europeo se le acusa de su excesivo coste y de frenar gravemente el crecimiento de la economía y del empleo. Otros, en cambió, le atribuyen un papel decisivo en el plano de la igualdad social y disminución de riesgos, de modo que el buen clima social ha contribuido en la Europa occidental a contrarrestar la actitud fatalista de los trabajadores y a estimularlos hacia una mayor productividad y competitividad. Y, en consecuencia, ha contribuido a incrementar la riqueza de la región.

El modelo europeo, frente a los otros dos citados, se ha basado en una reglamentación -negociada- de las condiciones de trabajo, con fuerte intervención del Estado, la implantación del Estado de Bienestar y la aplicación, de un modo integrado, de un sistema participativo de los agentes sociales. Esta cultura laboral europea no podemos volarla de modo incontrolado pues sería suicida. Habrá que mejora!, modificar, innovar, pero -no liquidar y menos con la importación indiscriminada de los ingredientes laborales de EE UU o de Japón.

Yo escucho con -mucho respeto a los economistas porque obviamente la economía es el motor de casi todo; no de todo pero sí de casi todo. Y en esa línea, estos días de descanso navideño me propuse leer algunas opiniones de nacionales y foráneos sobre el tema del empleo. De tales lecturas me resultó muy refrescante la del profesor de Economía de la Universidad deCambridge, Ajit Singh, que altratar de los requisitos institucionales para el pleno empleo en las economías adelantadas, concluye que "la primera medida indispensable en semejante tarea es un cambio fundamental de. rumbo intelectual y del enfoque analítico del problema". Y aún me resultó más grato leer que "para el establecimiento del pleno empleo con una inflación moderada es necesario abandonar ese modelo de mercado de enfrentamiento y sustituirlo por unos dispositivos institucíonales de mayor coordinación entre los trabajadores, los empresarios y los Gobiernos ..."

El conflicto es inmanente a la sociedad laboral en la que vivimos, pero tal conflicto puede ser origen de avances o retrocesos, según sea enfocada su solución. Como bien distingue Hirschman, frente a los conflictos negociables (en los que se enfrentan el más o el menos), y que conducen a soluciones de compromiso, están los innegociables (en los que se oponen el uno y el otro), y que llevan a soluciones de aniquilación. Y mientras que en la etapa anterior, como nos recuerda Aramendi, la solución y consiguiente racionalización del conflicto era fundamentalmente distributiva -reacomodación de poderes y bienes entre las partes enfrentadas-, en la época posindustrial la racionalización del conflicto pasa por encontrar soluciones en las que ambas partes ganen y ninguna pierda. El problema por tanto no será tanto como distribuir los beneficios del trabajo, sino que haya beneficios que repartir. No cargar todo el coste en un lado de la balanza, de modo que la Prosperidad económica y la competitividad se logren con mínimos sociales, ni que el bienestar social se alcance a costa de la empresa. Bien puede decirse, en esa visión de enriquecimiento fructífero del conflicto, que lo que es bueno para la empresa es bueno para los trabajadores.

Ahí está el quid de la cuestión. Es preciso, y casi diría que indispensable, que al lado del reformador social se siente un financiero. Hoy, más que nunca, por la globalización de la economía y la entronización de la competitividad en las empresas occidentales, es necesario tener presente aquello que hace tantos años dije: "No todo lo socialmente deseable es económicamente posible". Pero siendo ello cierto no puede llegarse, llevados de la mano de los números, al aserto de que "sólo puede ser socialmente hecho lo que la economía permita". No nos engañemos; la economía también es flexiblé; también tiene márgenes para lo social, sin duda alguna. Hay que echarle imaginación como imaginación le echan muchas de nuestras empresas -las mejores-, que con la misma legislación laboral que las otras saben ser competitivas en el entorno nacional y en el internacional y tener una buena cuenta de resultados.

En definitiva, no apretemos siempre "lo laboral" porque también lo económico, lo comercial, lo industrial, lo organizativo tienen posibilidades de mejora. En el "proyecto de empresa" lo laboral no ha de mirarse como una carga, sino como una palanca que puede, sobre todo en las empresas de servicios, ser el motor de la eficiencia de la empresa. Hace no poco, un empresario navarro con proyección nacional, que ha creado y sigue creando empleo abundante, me decía, al contarme la raíz de su éxito, que ésta radicaba, en gran parte, en el personal con el que contaba y su mentalización de integración en la empresa. Y añadía que para eso daba como básico que todo el personal fuera estable, porque si no ¿cómo iba a pedirle entrega y dedicación? Ahí la reforma laboral de 1997 ha dado en el clavo, porque no podemos sacrificar todo el entramado de las relaciones laborales en el altar del empleo (corto, malo e insolidario). Empleo sí, pero no a cualquier precio. Hay que tenerlo muy presente, pues en nuestra sociedad está penetrando, de modo subrepticio, pero con fuerza, la visión pesimista y residual del trabajo: lo importante es encontrar un puesto de trabajo; que éste sea precario, que las condiciones sean deplorables, es igual; lo importante es trabajar.

Evidentemente que el empleo se ha convertido en el bien por excelencia, pero estoy seguro de que frente a seguir a ciegas el modelo americano -que es difícilmente exportable aislándolo de sus otras claves sociales y económicas-, existen para nuestra vieja Europa otras alternativas que combinen sabiamente lo social y lo económico. Y ahí, el modelo participativo -tan europeo- tiene mucho que decir.

Es importante recordar que el Derecho del Trabajo de la Edad de Oro nos ha traído una paz social que no podemos dinamitar alegremente. La empresa es una entidad circundada por la sociedad. Y una sociedad febril, ansiosa, inestable y nómada terminará con la prosperidad de nuestras empresas. Y lo que es peor: puede acabar con nuestro modo de vida. De ahí que en la próxima o próximas reformas (porque en el mundo del trabajo la reforma o cambio es casi consustancial al mismo) haya que tener muy en cuenta la conjunción de ambos ingredientes. Es un problema de dosis.

Y por ese mismo deseado equilibrio entre lo económico y social resulta descalificador, para la también deseada prosperidad, mantener posturas rígidas a nivel normativo y convencional, en la modificación de las condiciones de trabajo y en los niveles salariales. Ahí sí que la experiencia americana es aleccionadora puesto que los 12 millones de empleos netos creados desde 1991 han sido posibles por la flexibilidad, el dinamismo en el campo de los autónomos y la moderación salarial. Y es que, como dice Mullen, un consultor de Boston, "entre nosotros el contrato de trabajo no es sagrado". Pero si sagrado no es, tampoco ha de ser maldito.

Juan Antonio Sagardoy es catedrático de Derecho del Trabajo de la Universidad Complutense.

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