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La caza de la ganga no conoce amigos

Tensión depredatoria frente a las estanterías de los grandes almacenes al inicio de las siete semanas de rebajas

Cuando se trata de cazar al vuelo un chollo rebajil, no hay amistades ni conocidos que valgan. En esta modalidad posmoderna de la cinegética sólo es aplicable la ley del más fuerte o, en su defecto, la del más escurridizo. Llega un momento en el que cada competidor saca a relucir sus mejores artes -codos y corpulencia intimidatoria incluidos en las versiones menos delicadas- para lograr una atalaya privilegiada frente a las estanterías. Asegurado un buen ángulo de tiro, ya sólo es cuestión de lanzarse sobre unas prendas que en ningún caso se regalan; aunque a veces, a juzgar por determinadas miradas de avidez, lo parezca.Así son las reglas no escritas de las rebajas, un juego a medio camino entre las piruetas ahorradoras de todo buen administrador doméstico y los excesos del consumismo severo y despiadado. La campaña moverá este invierno, sólo en la Comunidad de Madrid, cerca de un cuarto de billón de pesetas. Y aunque algunos establecimientos ya. habían llenado sus escaparates de grandes cartelones de colores desde el día 2, la veda se abrió definitivamente, sin más limitaciones que las que marque la prudencia y el propio bolsillo, a las diez de la mañana de ayer.

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Centenares de señoras -y de señores- hacían guardia en la puerta de los grandes almacenes pese al negro biruji de la mañana, desde bastante antes de la hora H. En cuanto los vigilantes les franquearon la entrada, los ávidos buscadores de gangas entraron en tropel y se aplicaron a conciencia en labores de rastreo A fuerza de buscar aparecían, cierto es, descuentos sustanciosos: camisas sport, de 5.000 a 2.995 pesetas; pantalones de señora, de 8.900 a 5.000; o esos polos en los que aparece un jugador de ídem, de 13.800 a 8.500 Pero para reclamo irresistible, al menos en términos porcentuales, el de los pantys: de 1.375 a 395 pesetas.

Jerséis aventados

En un rincón más o menos recóndito de un gran almacén de Princesa, un nutrido grupo de clientes aventaba, impetuoso, decenas de jerséis agolpados anárquicamente en grandes cajetines. La ocasión merecía el esfuerzo indagatorio, a su entender: las prendas, muy apañaditas, se vendían a 2.995 cuando anteayer había que pagar por ellas 4.500. Una señora con gesto muy concentrado iba amontonando unidades, en los brazos de su hija, a la que, sus dos extremidades se le hacían pocas. "Mamá, que ya llevas seis", le reconvino ésta en un momento dado. "Luego dejaremos alguna, cariño, pero mientras los tengas tú no los tiene nadie", contestó la mujer con lógica aplastante.Son pocos los que logran retraerse del ritual casi hipnótico de las rebajas. Los compradores abandonan los comercios con sus bolsas debajo del brazo, el paso más que ligero y muy pocas ganas de pararse a hablar con nadie. De lo que cabe deducir que su visita al universo de los descuentos se cumple a costa del paréntesis matutino para el café, sacrificando el plan de estudios o aun a riesgo de llegar tarde a retirar la cazuela del fuego.

"Yo es que trabajo en Zara, he estado aquí de infiltrada y ahora llego con el tiempo justo, así que no le puedo, prestar mucho atención", se disculpaba una joven a todo correr. Javier, universitario, también le dio esquinazo momentáneo a sus libros para plantarse en el centro comercial a las 10. 10. Su impuntualidad tuvo consecuencias fatales. "Venía disparado por un Burberry que era una ganga, pero ya había desaparecido", relató con gesto de fastidio. Hora y media después, abandonaba el establecimiento cargado con cuatro bolsas de "ropa baratilla" y la intención de volver "a lo largo del mes".

En la zona comercial de la calle de Serrano, señoras de sonrisa blanca, blaquísima, pañuelo de cadenetas a lo ministra de Cultura y piel achicharrada por la lámpara sopesaban ayer los nuevos precios de las boutiques. Los descuentos eran muy relevantes, a decir verdad. Por ejemplo, en Real un traje negro con Cuello y puños blancos y apariencia más o menos anodina había pasado de las 193.125 pesetas a las 99.990, y en Loewe se encontraba algún maletín por debajo de las 120.000. Muy cerca, el mimo de la confluencia con la calle de Ayala saludaba al paseante con porte marcial cuando una moneda de cinco duros resonaba en su plato: en realidad, una cubitera de güisqui escocés. Lo más barato, en un vistazo rápido por la calle, unos calcetines infantiles a 995. De Snoopy, en concreto.

La despiadada caza de la ganga, la lucha por esa pieza arrancada al vecino en hábil movimiento de muñeca, se prolongará todavía durante siete semanas más. Las ofertas oscilan ahora, en la mayor parte de, los casos, entre el 10 y el 50%, pero habrá tiempo de que los precios se empequeñezcan aún más: de forma directamente proporcional a la désaparición de aquellos productos más codiciados. Con todo, aún queda quien conserva sus principios frente al empuje de la economía de mercado. Como aquella señora que ayer contestó, a la salida de un gran almacén: "No, he venido a comprarle un regalo a una amiga que cumple años. Yo no creo en las rebajas".

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