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A los Reyes Magos

Servidor les pidió a los queridos Reyes Magos un inhibidor de derechazos. Cada cual es él y su circunstancia, que dijo Ortega, y la circunstancia de un servidor es ver derechazos durante la mayor parte del año. Y no se crea que son unas cuantas docenas, sino varios centenares de miles, acaso millones de derechazos, por esas plazas de toros de Dios.Los queridos Reyes Magos no se sabe si trajeron el inhibidor de derechazos. Lo que sí traían, con meridiana evidencia, es un hambre ancestral, una voracidad bíblica. Preparó la familia una recepción adecuada a los queridos Reyes, su trajín y su circunstancia: los zapatos en el balcón y, junto a ellos, paja para los camellos; dentro, mesa y mantel, con la bandeja de turrones y tres copitas de espirituoso licor. Y resultó que, desdeñando la ofrenda, habían ido a la nevera y se comieron una fuente de langostinos; al jamón lo mondaron hasta el hueso; afanaron las botellas que quedaban -dos de Rioja, whisky del caro y también del barato, una de Chinchón- y las dejaron exhaustas.

Mucho han cambiado los tiempos. Cuando un servidor era chaval veían los Reyes Magos un jamón y perdían el conocimiento. La mayoría de las familias lo conocía sólo de referencias y los niños que llegaron a atisbarlo en algún escaparate creían que un jamón servía para montarlo a caballito.

Los juguetes que les pedían los niños a los Reyes Magos tampoco tenían nada que ver con lo que ahora se lleva. Decían las cartas: "Ceridos Relles Magos venía a continuación una lista enorme de juguetes y lo que traían los ceridos Relles a la hora de la verdad era un pequeño estuche de lápices Alpino, un cuaderno para colorear, una caja de soldaditos y, en caso de lujo, el Meccano.

Lo que les traen ahora los Reyes Magos a los niños, cuando un servidor era chaval, no se atrevían a pedirlo ni los príncipes de las monarquías coronadas. Los tiempos cambian a mejor y hay que felicitarse por ello. Alegría y abundancia es lo que se quiere para todo el mundo, principalmente los niños. Ocurre, sin embargo, que las sociedades civilizadas no saben progresar si no es complicándose la vida, y a los adultos les da por demonizar unos juguetes, enaltecer otros, en función de la supuesta influencia que pueden ejercer en los niños. Y denostan el juguete bélico mientras propugnan el educativo. Creen los epígonos de la modernidad que un niño que juegue, por ejemplo, a los indios, .acabará convirtiéndose en un xenófobo racista asesino potencial; uno que juegue con un artilugio donde salen los afluentes del Guadiana está adquiriendo unos conocimientos que lo encaminan al ecologismo militante e incluso a ser nombrado ministro del ramo.

La realidad es otra, no obstante. Los niños, a diferencia de los adultos, lo que no quieren de ninguna manera es complicarse la vida. Se nota que son más inteligentes. Y los juguetes les valen para jugar. Lo cual quiere decir que si no les valen para jugar -suele suceder con gran parte de los que anuncian y se ven forzados a traerles los ceridos Relles Magos-, después de pulsar sus sofisticados mecanismos, sacar los afluentes del Guadiana y darlos un sobo, los dejarán abandonados en un rincón.

Un servidor y sus amigos, de chiquitines y de púberes, nunca disfrutaron con ningún juguete tanto como con las pinzas de tender la ropa, que convertían en escuadrones de caballería, y con las chapas, que servían para disputar partidos de fútbol.

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Y luego venía el sonido: la caballería partía emitiendo estridentes toques a zafarrancho de combate y atacaba con el fragor propio de las batallas; los partidos de fútbol, siempre competidos e intensos, habían de ser radiados, y los radiaban, siguiendo la barroca escuela de Matías Prats.

Años después -acaso sean siglos- aquí seguimos todos, pidiendo a los queridos Reyes Magos cosas extrañas, tal que un inhibidor de derechazos o un crédito bancario para costear el armatoste cibernético que le han traído al niño.

Y sin haber matado ni una mosca, oiga; lo que es la vida.

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