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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Parados moviéndose

SON MUY pocos -ninguna de sus movilizaciones ha concentrado a más de 200 personas-, pero gozan de la simpatía de muchos. Los parados franceses han podido, por ejemplo, detener trenes en Marsella, Montbeliard o Dijon porque los trabajadores de los ferrocarriles les respaldan. Y no sólo ellos, sino un 65% de la opinión pública y, explícitamente, parte del Gobierno: los ministros comunistas y ecologistas.Su movimiento parte de una constatación: todo el mundo habla de paro y parados, pero éstos carecen de voz propia. Incluso dentro de los organismos sindicales. Es más, cuando el paro se prolonga, se transforma en exclusión, pues el entorno social se desintegra y son muchos los que se quedan sin techo y, a continuación, sin derecho a voto. Dejan de existir hasta que mueren de frío o de alcoholismo y reaparecen dentro de la estadística.

Las movilizaciones que Francia vive estos días han desestabilizado un poco al Gobierno, que creía que los problemas en discusión -una prima especial de Navidad- debían resolverlos los actores sociales, es decir, la patronal y los sindicatos. Era una creencia errónea, tecnocrática, máxime en un país en el que el Estado sigue teniendo un peso enorme. Las ayudas concedidas a los empresarios por distintos Gobiernos en forma de reducción de la presión fiscal no han servido para crear un solo ' puesto de trabajo, aunque sí han revitalizado la Bolsa; de los sindicatos nadie recuerda tampoco que hayan sido capaces de pasar de una lógica conservadora -mantener lo que hay en tiempos de crisis, reclamar un mínimo reparto de beneficios cuando las cosas van bien- a otra innovadora, capaz de crear riqueza y trabajo.

Martine Aubry, la hasta ahora eficacísima y muy popular ministra de Empleo y Solidaridad, intenta recuperar la iniciativa y desveló ayer algunas líneas de su ley contra la exclusión. El presidente Chirac logró ser elegido en 1995 con una campana contra la fractura social. Luego, en un monumental error de cálculo político, disolvió la Asamblea Nacional justo cuando ésta discutía... ¡la urgentísima ley contra la exclusión! Los electores castigaron el engaño.

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No resolver el problema que están creando las acciones de los parados no supone decepcionar sólo a unos pocos cientos de personas movilizadas. La desesperación alcanza a miles, y ésta se puede traducir un día en algo mucho más grave que los 82 coches quemados en el transcurso de tres noches en Estrasburgo por bandas de menores faltos de los más elementales puntos de referencia social.

El Ejecutivo sabe también que la solución es casi imposible. La prima navideña, de mayor o menor montante, puede pagarse, como pueden encontrarse fórmulas para abaratar la vivienda, el transporte y la alimentación para quienes más lo precisen. Pero parece mucho más difícil recuperar para la sociedad no a quienes protestan, sino a gente que después de trabajar durante veinte, treinta e incluso cuarenta años, a veces desde los doce hasta bien entrada la cincuentena, se hallan hoy faltos de una mínima -o no tan mínima- preparación profesional que les permita reintegrarse en el mercado laboral. No dan más de sí. Quizá sea la razón del mercado, pero no es seguro que sea la razón a secas.

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