Querido Desastre
Despunta el año: y le dan todos al Noventa y Ocho. Ya se oían las tosecillas de los tenores entre cajas. Yo mismo seré partiquino de esa ópera. La celebración me gusta: es la primera vez que un país celebra un Desastre. Y es que fue una catástrofe creadora. Un gallo madrugador reprocha: la derrota se recibió aquí con indiferencia y abulia. Mejor: con alegría. El país se zafaba de un imperio caro. Un desastre que comenzó en 1492: América. Y los tercios de Flandes o de Italia. Las levas, los impuestos, los embarques: jóvenes brazos para la muerte, llamada gloria. Muchos, a gusto: huían de las porquerizas que limpiaban, de las horcas para los que hurtaban y las hogueras para heterodoxos. Iban a buscar hembras: aquí la coyunda estaba prohibida con la vida. Napolitanas o aztequitas debían ser violadas: los capitanes premiaban esa lujuria. Saldría de ella el gran renombre de machos que tuvimos. Durante esos cuatro siglos este trozo de tierra se fue empobreciendo (no digo "España" por dos razones: una, ya no va habiendo España y vuelve el feudalismo; otra, que España eran sólo ellos, los amos, los reconquistadores, las águilas de blasón; y no las gentes que malvivían en sus tierras). Esto se arruinaba ("Miré las ruinas de la patria mía...": Quevedo) y ellos se adineraban: virreyes y archipámpanos. El oro robado venía al imán de las arcas de siempre. En cuanto a los menguados que allí iban medrando, fueron tan españoles que no quisieron serlo más: crearon sus nacionalidades y se hicieron independientes. Al cuerno el Rey rico y la España. Los últimos fueron los del 98: qué alegría aquí: se acabaron los diezmos y las levas. Terminó la colonización que enriquecía a los ricos a cambio de la muerte de los pobres. Se ha dicho, con Franco ("africanista": último nombre del expolio militar), que España es precursora del mundo; faltaban muchos años para que Francia o Gran Bretaña descubrieran que sus imperios los costeaban las metrópolis para los ricos y habían dejado de ser rentables. Cambiaron de economía, inventaron la independencia y la liberación como generosidad. El último fue Portugal, cuando Angola: los peninsulares se arruinaban y morían a raudales para sacar a los negros los últimos beneficios para sus ricos. Bueno será que pensemos en el Noventa y Ocho como en una liberación, una independencia: la de España. De allí a la República no hubo más que un paso: treinta y tres años.
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