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Tribuna
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Refugiados

Emilio Menéndez del Valle

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) acaba de presentar en distintos países, España incluida, su informe bianual sobre La situación de los refugiados en el mundo (editorial Icaria). Su máximo responsable, la japonesa Sadako Ogata, asegura que nunca la vida ha sido tan dura para los 22 millones de refugiados protegidos por dicho Comisionado. Para Ogata, "garantizar protección universal a las personas mediante lazos de solidaridad y compasión humanas es el principal reto del siglo XXI".Independientemente de la superficialidad, muy extendida en la literatura, del casi mitológico recurso al siglo que se acerca (¿por qué no preocuparse del tema al margen de cualquier convención y a su debido tiempo?), deberíamos poner cuanto antes manos a la obra. El térnino compasión tiene en la lengua inglesa (que es donde, en su acepción moderna, se ha extendido a las demás) un sentido del que carece en español. El mero sentimiento pasivo de conmiseración hacia quienes sufren penalidades se convierte en inglés no sólo en sentimiento profundo, sino también en entendimiento y rechazo de las causas de la miseria o del sufrimiento, unido -y esto es lo importante- a la voluntad de actuar para eliminarlos. Subsumida en la compassion se halla la conciencia de la tragedia del otro o de los otros, fundida en una desinteresada sensibilidad. La lengua no es sino vehículo expresivo de algo fuertemente arraigado socialmente que tiene su origen en lo cultural-religioso.

De ahí que -más allá de la apacible divinidad islámica, compasiva, misericordiosa, y del quietismo del mundo católico- los anglosajones hayan sido pioneros en organizarse no gubernamentalmente para atajar las causas del mal allá donde se encuentre. Desde luego, el mundo católico ha tenido y tiene activísimos representantes -entre otros, los misioneros- ocupados en hacer el bien y paliar el mal. Sin embargo, el impulso social, colectivo, sistemática y no ocasionalmente organizado -que al hacer frente a las tragedias sabe atribuir a éstas responsables, culpables, concretos cuando no se trata de un terremoto o de una inundación- es de otro modo.

Resulta evidente que la mayoría de esos veintitantos millones de refugiados a que alude ACNUR no tienen la condición de tales a causa de un trágico fenómeno de la naturaleza, sino debido a acciones, despiadadas, de los hombres. Guerras, internacionales y civiles, han sido tradicionalmente las principales generadoras de refugiados. Los desplazamientos masivos de poblaciones se han convertido en táctica bélica, de modo que millones de personas en el planeta han sido arrancadas de sus raíces y forzadas a escapar. Otros muchos ni siquiera pudieron hacerlo. No sólo esas masas han sido obligadas a dejar sus hogares, propiedades y tierras que, por escasas que frecuentemente sean, son ocupadas por los agresores y sus cómplices-, sino que también han sido expulsadas del Estado en que vivían e incluso privadas del derecho a la nacionalidad que poseían, aunque a menudo ello les reportara magra satisfacción socioeconómica. De Palestina a Sudán, de Guatemala a Pakistán, del Sáhara a Tailandia.... el arco de la crisis de los refugiados abarca todos los continentes.

Perdidos (¿temporalmente?) sus derechos al nivel de la aldea o/y de la nación, a los refugiados les queda tan sólo el derecho de asilo a cargo de sociedades y Gobiernos de mayor estabilidad y generosidad política y económica. Hasta ahora, tal derecho había sido más o menos respetado e incluso facilitado por algunos Estados ricos de Occidente. Hoy surgen nubes en el horizonte. Elementos de ese derecho habitualmente respetados, como el de no forzar a los desplazados a retornar a los lugares de procedencia mientras su vida corre peligro, son hoy día puestos en cuestión. El deterioro socioeconómico y moral en los países ricos e incluso el fin de la guerra fría, que impelía a actuar de determinada manera para dificultar el caldo de cultivo al oro de Moscú, deterioran un clima favorable al asilo. En interés mutuo de todos, no sólo de los refugiados, la sociedad occidental debe ejercitar una cooperación civilizada, pasando de la circunstancial compasión navideña a la compassion de todas las estaciones.

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