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Strogoff

Me ha venido a la memoria el personaje de Miguel Strogoff, uno de los héroes de nuestra infancia. Y ha sido a propósito de la noticia de que la Compañía Telefónica se dispone a vender nuestros datos personales a quien quiera comprárselos. Un mensajero, y la Compañía no es otra cosa, capaz de vender a quienes confían en él es exactamente el antagonista, del personaje de Julio Verne, el antihéroe, por decirlo así, de la hermosa historia de fidelidad de El correo del zar.Desde que he conocido ese anuncio, confieso que cojo el teléfono con cierta aprensión porque ¿qué sé yo con qué datos de los usuarios querrá comerciar este mensajero infiel? Quizá no se conforme con vender los que publica en la guía telefónica, que está al alcance de todo él mundo. ¿Qué venderá entonces? ¿Quién lo comprará? Bastante asediados estamos ya los ciudadanos por la propaganda y el comercio como para que tengamos que someternos a una nueva oleada de ofertas. Pero aún peor sería que nuestros datos fueran comprados por algunos de los muchos malandrines que andan por ahí; y nadie nos puede garantizar que tal cosa no pueda suceder.

Teníamos tiempo hasta enero para pedirle a la Compañía que no nos pusiera en la lista que se dispone a vender. Como gran cosa ha ampliado hasta marzo ese plazo. Pero el fondo de la cuestión no ha variado. Porque lo que la Compañía ha hecho ha sido convertir un refrán en artículo del Código. El refranero dice, en efecto, que "quien calla, otorga". Cualquiera que tenga una idea del derecho sabe que el silencio no puede sustituir al consentimiento.

Telefónica es la primera depositaria de los secretos de la gente. Transmitirlos y, al mismo tiempo, saberlos guardar es su razón de ser. Venderlos, aun en parte, significa traicionarse a sí misma y abrir la puerta a un país inhabitable. Lo contrario de lo que hizo Miguel Strogoff, que fue capaz de los mayores sacrificios con tal de llevar el mensaje de Alejandro II al gran duque, su hermano, asediado en Irkutsk por los tártaros.

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