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Tribuna:VISTO / OÍDO
Tribuna
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El mensaje

Soso y neutro, el mensaje del Rey se ha producido astronómicamente; no menos puntuales, los periódicos le han dedicado sus primeras páginas y sus más grisáceos editoriales. Un curioso rito. No es una cuestión de régimen: con los presidentes de república pasa lo mismo. Tampoco son nada. Recuerdo las discusiones familiares cuando eligieron a Azaña: se decía que le habían anulado, colocado en el puesto donde su talento estaría neutralizado. El mensaje es un remedo de los hombres fundamentales en situaciones extraordinarias: Roosevelt empezó -en la radio- con sus Charlas junto al fuego sobre la crisis económica de suicidio y guerra mundial: en un país presidencialista. Los grandes mensajes fueron los de jefes de Gobierno, Ejecutivos: Churchill, digamos. Un mensaje de Aznar pudiera interesar algo: él es ejecutivo. Pero nunca dice nada, más que cualquier frase circunstancial que repite una y otra vez. Es un hombre sin atributos.Encuentro que, por una parte, los jefes de Estado, cuando no son ejecutivos y electos, no deberían existir. Son cargos caros y vacíos. Dicen naderías y les ampara una retórica especial, un cierto énfasis sobre lo consabido. Los periódicos colaboran a este establecimiento de la nada. Ensalzan lo que alguno de ellos llama catálogo: el Rey hace un catálogo. Naturalmente, los oficiales o los oficiosos, los de derechas, los de un Gobierno monárquico, religioso y popularista, quieren ir un poco más allá: las dos televisiones estatales, las dos cadenas, se unieron como pocas veces lo hacen en un largo reportaje previo sobre la validez de la Corona: viajes, mucetas y togas, bodas, caras emocionadas sobre un texto para decir que los familiares reales son como nosotros (para probar que cualquiera puede ser rey, lo cual es falso: por lo menos, habría que desearlo) y por la tendencia natural a explicar la normalidad, la estabilidad.

No deja de formar parte de la absurda situación en que vivimos. Si ese día celebramos un nacimiento que no tuvo lugar, de una persona como Jesús, que, como todos los grandes pensadores políticos, fracasó, y sobre el que se fundó una Iglesia dedicada por los siglos de los siglos a traicionarle, y sobre cuyo genio único se montó el poder de uno solo, ¿por qué no vamos a aceptar el ensalzamiento de los jefes de Estado, después de haber conseguido que no gobiernen, ni manden, ni dispongan, ni nada?

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