Hacia una sociedad abierta global
Empecemos por lo obvio: vivimos en una economía global. Aclaremos ahora lo que esto significa. Una economía global incluye no sólo la libre circulación de bienes y servicios, sino, lo que es más importante, la libre circulación de ideas y capital (todo, desde las inversiones directas hasta las transacciones financieras). A pesar de que ambas ganaron en importancia desde el final de la II Guerra Mundial, la globalización de los mercados financieros se ha acelerado en los últimos años de modo que los movimientos en los tipos de cambio, los tipos de interés y los precios de las acciones en diversos países están íntimamente relacionados. En efecto, en los 40 años que llevo trabajando en los mercados financieros, su carácter ha cambiado hasta hacerlos irreconocibles. Así que la economía global debería ser considerada como el sistema capitalista global.La integración global trajo beneficios tremendos: la división internacional del trabajo, que queda probada de modo tan claro por la teoría de la ventaja comparativa; beneficios dinámicos como las economías de escala y la rápida difusión de las innovaciones de un país a otro, que son menos fáciles de demostrar por la teoría del equilibrio estático; y beneficios no económicos tales como la libertad de elección relacionada con el movimiento internacional de bienes, capital y personas y la libertad de pensamiento asociada al movimiento internacional de las ideas.
Pero el capitalismo global no está exento de problemas, problemas que es necesario comprender mejor si queremos que el sistema sobreviva. Al centrarme en los problemas no pretendo quitar importancia a los beneficios de la globalización. En mi opinión, éstos sólo se pueden mantener a través de esfuerzos conscientes y deliberados para corregir y limitar las deficiencias del sistema. En esto no coincido con la ideología del laissez faire, que sostiene que los mercados libres se mantienen por sí solos y que los excesos del mercado se corrigen por sí mismos siempre que los Gobiernos o los legisladores no interfieran en el mecanismo de autocorrección.
Hay cinco tipos de deficiencias en el sistema capitalista global que me gustaría comentar.
1. Los beneficios del capitalismo global están desigualmente distribuidos. El capital está en una posición mucho mejor que el trabajo porque tiene mayor movilidad. Además, el capital financiero está mejor situado en el sistema global que el capital industrial; una vez que existe una fábrica, su traslado es difícil. Aunque las empresas multinacionales disponen de flexibilidad en la transferencia de precios y pueden ejercer presión cuando deciden hacer nuevas inversiones, su flexibilidad no es comparable con la libertad de que disfrutan los gestores de fondos internacionales. Estar en el centro de la economía global en vez de en su periferia también tiene una ventaja. Todos estos factores se suman para atraer capital al centro financiero y explican el tamaño e importancia en continuo aumento de los mercados financieros.
2. Los mercados financieros son inestables por naturaleza, y más todavía los mercados financieros internacionales. Los movimientos internacionales de capital son conocidos por su patrón de expansión-recesión. Durante una expansión, el capital fluye del centro a la periferia; cuando la confianza se tambalea, tiende a volver a su origen. He visto muchas subidas y bajadas de la marea, expansiones y recesiones, y, aunque reconozco plenamente que los mercados internacionales de capital han adquirido un carácter más institucional y demuestran una mayor resistencia, no puedo dejar de creer que a la, expansión actual va a seguir una recesión, a no ser que la historia me demuestre lo contrario.
Los riesgos de colapso aumentan porque nuestra comprensión teórica de cómo funcionan los mercados financieros es básicamente defectuosa. La teoría económica se apoya en el engañoso concepto del equilibrio. Desde mi punto de vista, el equilibrio es engañoso, porque quienes participan en el mercado tratan de descontar un futuro que está dictado por las expectativas del mercado. Por ejemplo, una empresa cuyas acciones estén sobrevaloradas puede utilizarlo para justificar las expectativas exageradas de sus accionistas, pero sólo hasta cierto punto. Esto hace que el resultado sea incierto, y, si el curso real de los hechos se corresponde con las expectativas abrigadas, se debe sólo a la casualidad. Los participantes en el mercado, si son racionales, reconoceran que, más que descontando un futuro equilibrio, están disparando contra un blanco en movimiento.
La teoría de las expectativas racionales se basa en la suposición heroica de que los participantes en el mercado, como grupo, pueden descontar el futuro con exactitud. Esta suposición puede dar como resultado un equilibrio hipotético, pero tiene poca relevancia en el comportamiento real del mercado, y, como los operadores del mercado y sus reguladores son gente racional, no aceptan del todo esta teoría. Se me dice que la teoría económica ha avanzado mucho en el reconocimiento y estudio de situaciones de desequilibrio. Sin embargo, la idea del laissez faire, de que los mercados deberían abandonarse a sus propios mecanismos, sigue teniendo Influencia. A mí me parece peligrosa. La inestabilidad de los mercados financieros puede originar serias dislocaciones económicas y sociales.
La cuestión se plantea sola: ¿qué habría que hacer para salvaguardar la estabilidad del sistema financiero? No se puede responder en abstracto porque cada situación es diferente. El mejor modo de comprender los mercados financieros es verlos como un proceso histórico, y la historia nunca se repite del todo. La reciente conmoción en los mercados asiáticos plantea una serie de preguntas complicadas -sobre fijación del tipo de cambio, sobrevaloración artificial de activos, supervisión bancaria inadecuada y falta de información financiera- que no pueden ser ignoradas. No se puede dejar que los mercados corrijan sus propios errores, porque lo más probable es que su reacción sea excesiva y se comporten de fórma indiscriminada.
3. La inestabilidad no se reduce al sistema financiero. La meta de los competidores es predominar, no mantener la competencia en el mercado. La tendencia natural de los monopolios y de los oligopolios debe ser limitada mediante regulaciones. El proceso de globalización es demasiado reciente como para que esto se haya convertido en una
Pasa a la página siguiente
Hacia una sociedad abierta global
Viene de la página anterior
cuestión grave a nivel global, pero, puesto que nos enfrentamos a un proceso histórico, es algo que sucederá con el tiempo.
4. ¿A quién corresponde evitar una concentración de poder indebida y salvaguardar la estabilidad? Esto me lleva al papel del Estado. Desde el final de la II Guerra Mundial, el Estado ha desempeñado un papel creciente en el mantenimiento de la estabilidad económica, y se ha esforzado por garantizar la igualdad de oportunidades y proporcionar una red de seguridad social, especialmente en las naciones altamente industrializadas de Europa y América del Norte. Pero la capacidad del Estado para ocuparse del bienestar de sus ciudadanos se ha visto gravemente afectada por la globalización, debido a que el capital puede escapar a la fiscalización mucho más fácilmente que el trabajo. El capital tiende a evitar países donde el empleo se vea sometido a impuestos elevados o esté muy protegido. Ello conduce a un aumento del desempleo, que es lo que ha sucedido en la Europa continental. No estoy defendiendo los anticuados sistemas europeos de seguridad social, que necesitan urgentemente una reforma, pero me preocupa la reducción de las prestaciones sociales tanto en Europa como en América.
Hasta hace poco, la participación del Estado en el PIB de los países industrializados, tomados como un conjunto, estaba creciendo, y prácticamente se ha duplicado desde el final de la II Guerra Mundial. Los Gobiernos de Thatcher y Reagan comenzaron a reducir el papel del Estado en la economía. Su consecuencia fue que los impuestos sobre el capital descendieron significativamente, mientras que los impuestos sobre el trabajo han seguido creciendo. Como asegura el economista internacional Dani Rodrik, la globalización aumenta las demandas al Estado de que proporcione una seguridad social al tiempo que reduce su capacidad para hacerlo. Esto lleva en sí el germen de conflictos sociales. Si los servicios sociales se recortan en exceso, al tiempo que aumenta la inestabilidad, la insatisfacción popular podría desatar oleadas de proteccionismo, especialmente si (o cuando) la expansión actual va seguida de una recesión de cierta gravedad. Esto podría conducir a un colapso como el de los años treinta. Al declinar la influencia del Estado hay mayor necesidad de cooperación internacional. Pero esa cooperación es contraria a las ideas dominantes de laissez faire, por un lado, y de nacionalismo y fundamentalismo, por el otro.
El Estado desempeña otro papel en el desarrollo económico: en los países deficitarios en capital nacional se ha aliado con intereses empresariales locales, ayudándoles a acumular capital. Esta estrategia tuvo éxito en Japón, Corea y los tigres, ahora heridos, del sureste asiático. Aun cuando el modelo funcionó, plantea importantes cuestiones sobre la relación entre capitalismo y democracia. Evidentemente, un régimen autocrático es más favorable para la acumulación rápida de capital que uno democrático, y un país próspero es más favorable para el desarrollo de instituciones democráticas que un país menesteroso. Así pues, es razonable imaginar un modelo de desarrollo que vaya desde la autocracia y la acumulación de capital hasta la prosperidad y la democracia. Pero la transición de autocracia a democracia está lejos de estar asegurada: quienes están en el poder se aferran a él tenazmente.
Los regímenes autocráticos se debilitan a sí mismos al restringir la libertad de expresión y tolerar la propagación de la corrupción. Al final pueden acabar sucumbíendo bajo su propio peso. El momento de la verdad llega cuando no son capaces de mantener la prosperidad. Desgraciadamente, el declive y los trastornos económicos no son un buen medio para el desarrollo de las instituciones democráticas, así que las perspectivas políticas para el milagro económico siguen teniendo nubarrones.
5. Esto me lleva al problema más confuso: el de los valores y la cohesión social. Toda sociedad necesita tener valores compartidos. Los valores del mercado no sirven para ese propósito porque sólo reflejan lo que un participante en el mercado está dispuesto a pagar a otro dentro de un libre intercambio. Los mercados reducen todo, incluidos los seres humanos (mano de obra) y naturaleza (tierra) a mercancía. Podemos tener una economía de mercado, pero no podemos tener una sociedad de mercado. Además de los mercados, la sociedad necesita instituciones que sirvan a fines sociales como la libertad política y la justicia social. Esas instituciones existen en países concretos, pero no en la sociedad global. El desarrollo de una sociedad global se ha quedado retrasado respecto al de una economía global. A menos que se acabe con esa distancia, el sistema capitalista global no sobrevivirá.
Cuando hablo de una sociedad global no me refiero a un Estado global. Los Estados son notoriamente imperfectos, incluso a nivel de nación. Necesitamos encontrar soluciones nuevas para una situación nueva, aunque no es la primera vez que se ha producido un sistema capitalista global. A finales del siglo pasado las condiciones eran similares. Por entonces el sistema capitalista global se mantenía unido a través de las potencias imperiales. Acabó siendo destruido por un conflicto entre ellas. Pero los días del imperio han pasado. Para que el sistema global capitalista de hoy sobreviva tendrá que satisfacer las necesidades y aspiraciones de sus participantes. Nuestra sociedad global tiene muchas costumbres, tradiciones y religiones diferentes; ¿dónde encontrar los valores compartidos que la mantenga unida? Me gustaría sugerir la idea de lo que yo llamo la sociedad abierta como un principio universal que reconoce la diversidad inherente a nuestra sociedad global y, sin embargo, proporciona una base conceptual para establecer las instituciones que necesitamos.
¿Qué es la sociedad abierta? Superficialmente describe los aspectos positivos de la democracia: el mayor grado de libertad compatible con la justicia social. Se caracteriza por el imperio de la ley; el respeto por los derechos humanos, las minorías y las opiniones minoritarias; la división de poderes, y una economía de mercado. Los principios de la sociedad abierta están admirablemente expresados en la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Pero en ella se afirma: "Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas", mientras que los principios de la sociedad abierta son cualquier cosa menos evidentes por sí mismos; tienen que establecerse mediante argumentos convincentes.
Hay un fuerte argumento epistemológico, elaborado por Karl Popper, a favor de la sociedad abierta. Nuestra capacidad de comprensión es inherentemente imperfecta; la verdad última, el esquema perfecto de sociedad, está más allá de nuestro alcance. Debemos conformarnos por tanto con una forma de organización social que no llega a ser perfecta, pero se mantiene abierta a las mejoras. Éste es el concepto de la sociedad abierta: una sociedad abierta a las mejoras. Cuanto más cambian las condiciones, y la economía global fomenta el cambio, más importante se vuelve este concepto. Pero la idea de la sociedad abierta no está generalmente aceptada. Hay quienes, por ejemplo, arguyen que los valores son diferentes en Asia. Claro que son diferentes. La sociedad global se caracteriza por la diversidad. Pero la falibilidad es un rasgo humano universal: una vez aceptada, tendremos un terreno común para una sociedad abierta que celebre esa diversidad.
Reconocer nuestra falibilidad es necesario pero no suficiente para establecer el concepto de la sociedad abierta. Debemos combinarla con cierto grado de altruismo, cierta preocupación por nuestros semejantes basada en el principio de reciprocidad.
En una sociedad abierta global encajaría cualquier variedad de valores asiáticos, u otros, con tal de que se respeten también ciertos valores universales que reflejen nuestra falibilidad y nuestra preocupación por los demás, como la libertad de expresión o el derecho a un juicio justo. La democracia occidental no es la única forma que puede adoptar una sociedad abierta. De hecho, el que la sociedad abierta deba adoptar una variedad de formas se infiere del argumento epistemológico. Aquí radican la fuerza y la debilidad de la idea: ha proporcionado un marco conceptual que debe rellenarse con un contenido específico. Cada sociedad, cada periodo histórico, debe decidir sobre lo específico.
Como marco conceptual, la sociedad abierta es mejor que cualquier otro, incluido el de la competición perfecta. La competición perfecta presupone un tipo de conocimiento que está fuera del alcance de los participantes en el mercado. Describe un mundo ideal que guarda poco parecido con la realidad. Los mercados no operan en el vacío ni tienden al equilibrio. Operan en un marco político y evolucionan de modo reflexivo.
La sociedad abierta abarca más: reconoce méritos en el mercado sin idealizarlos, pero reconoce también otros valores en la sociedad. También es un concepto más difuso, menos delimitado. No puede definir de qué modo las esferas económica, política, social y otras deberían separarse y reconciliarse entre sí. Las opiniones sobre dónde debe ser trazada la línea divisoria entre competición y cooperación pueden diferir. Karl Popper y Friedrich Hayek, dos campeones de la sociedad abierta, divergen sobre este punto.
Permítanme que resuma mi punto de vista sobre las exigencias concretas de nuestra sociedad abierta global en este momento. Tenemos una economía global que tiene algunos fallos, entre los cuales los más notables son la inestabilidad de los mercados financieros, la asimetría entre centro y periferia y la dificultad de gravar el capital. Afortunadamente tenemos algunas instituciones internacionales para enfrentamos a estos problemas, pero hay que reforzarlas y quizá crear algunas nuevas. El Comité Básico de Supervisión Bancaria ha establecido unas condiciones de adecuación del capital para el sistema bancario internacional, pero no ha evitado la actual crisis bancaria en el sureste de Asia. No existe una autoridad internacional de control para los mercados financieros, y no existe suficiente cooperación internacional para gravar el capital.
Pero las verdaderas carencias van más allá de lo económico. El Estado ya no desempeña el papel que desempeñaba antes. En muchos aspectos esto es una bendición, pero algunas de las funciones del Estado están sin cubrir. No disponemos de instituciones internacionales adecuadas para la protección de las libertades individuales, los derechos humanos y el medio ambiente, o para el fomento de la justicia social, por no mencionar el mantenimiento de la paz. La mayor parte de las instituciones de que disponemos son asociaciones de Estados, y los Estados suelen anteponer sus intereses al bien común. Naciones Unidas es constitucionalmente incapaz de cumplir las promesas que contiene el preámbulo de su Carta. Además, no existe un consenso sobre la necesidad de mejores instituciones internacionales.
¿Qué se puede hacer? Hay que establecer ciertas normas de conducta para detener la corrupción, fomentar las prácticas laborales justas y proteger los derechos humanos. Apenas hemos empezado a plantearnos cómo abordarlo. Por lo que respecta a la seguridad y la paz, las democracias liberales deberían tomar la iniciativa y forjar una red mundial. de alianzas, como la OTAN, que pudieran actuar con o sin la ONU. Su propósito principal sería preservar la paz. Pero nunca es pronto para prevenir las crisis. Lo que sucede en el interior de los Estados tiene consecuencias para sus vecinos y para el mundo. El fomento de la libertad y la democracia dentro y en tomo de estas alianzas debería convertirse en un objetivo importante. Por ejemplo, una Rusia próspera y democrática prestaría mayor servicio a la paz en la región que cualquier inversión militar de la OTAN. Interferir en los asuntos internos de otros países está plagado de dificultades, pero no interferir puede ser más peligroso.
Hoy día, el sistema capitalista global experimenta una vigorosa expansión tanto en alcance como en intensidad. Ejerce una atracción por los beneficios que ofrece y, simultáneamente, impone tremendos castigos a los países que desean retirarse. Estas condiciones no van a mantenerse indefinidamente, pero mientras lo hagan ofrecen una maravillosa oportunidad para asentar los cimientos de una sociedad abierta global.
Con el paso del tiempo es probable que las deficiencias hagan sentir sus efectos: la expansión puede convertirse en recesión. Pero el colapso puede evitarse si reconocemos los fallos a tiempo. Para que el sistema capitalista global sobreviva necesita una sociedad que se esfuerzo por corregir sus defectos:, una sociedad abierta global.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.