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Tribuna
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Flores de papel

El domingo, maldito domingo, bloody sunday, remata la semana con un rasgo de infinita crueldad, es el toque inefable de Jehová que castigó el pecado original con trabajos forzados a perpetuidad. Si los humanos trabajaran por igual los siete días de la semana acabarían por habituarse a la rutina y apenas sentirían en sus espaldas el peso de la maldición bíblica que cae como una pesada losa con el crepúsculo nocturno del domingo.Los periódicos dominicales también pesan más ese día, sus suplementos están concebidos para leerse en la sala de espera del lunes inexorable. Para aliviar la melancolía de esas horas, los periódicos del domingo, sin renunciar a su obligación de contar los hechos noticiables más nefastos en portada, trufan sus páginas con materias más amenas y lecturas más ociosas que invitan a la pausa y a la relajación.

Las páginas dominicales de este suplemento suelen incluir también, cuando la actualidad y la publicidad lo permiten, crónicas y reportajes más amables y menos urgentes. Va de retro, por ejemplo, es una sección que nada a contracorriente de la actualidad y sigue el rastro del pasado reciente, del hoy hacia el ayer. La crónica de Alex Niño de este pasado domingo desvelaba el pasado y anunciaba el futuro de una clínica psiquiátrica privada madrileña que cumplía 30 años y lo celebraba "democratizándose" (así entre comillas figura en la crónica original), abriendo sus puertas, metafóricamente por supuesto, a una clientela menos elitista.

El túnel del tiempo de Va de retro desemboca generalmente en territorios amables, traza la genealogía de antiguos comercios, rescata a los protagonistas de pintorescos sucesos del pasado y devuelve a la luz por instante a estrellas olvidadas cuyos éxitos acumulan polvo en las hemerotecas. Pero esta vez la pesquisa sobre la clínica del doctor López lbor iba a parar a un territorio tenebroso. La simple mención de los dos apellidos del doctor bastaba en una época para meter el miedo en el cuerpo y devolver de golpe la cordura a los más desquiciados vástagos de la burguesía madrileña que empezaban a coquetear con la marihuana y a viajar con el LSD. Los hippies en general y los protohippies hispánicos en particular solían ser jóvenes capullos la clase media o alta que conocieron la vaga y pacífica filosofía de los "hijos de las flores" en la Universidad y en sus viajes al extranjero, gente con posibles para comprar discos de importación, dosis de ácido en el mercado negro y parafernalia psicodélica legítima.

Los hippies pobretones, cuando la policía les sorprendía fumando un canuto, solían ir a parar al Psiquiátrico Penitenciario, donde según sus testimonios no tardarían en iniciarse en el consumo de drogas más potentes y adictivas en un floreciente y consentido mercado negro. Los hippies de papá en parecidas circunstancias acababan en las acolchadas suites-mazmorras de la Clínica del doctor López Mabuse, como en alguna ocasión oí llamar a López lbor, eminencia de la psiquiatría española, anti-freudiano visceral y partidario de no remover demasiado los demonios interiores si se les podía mantener sedados o encerrados en régimen de carísima pensión completa.

En la crónica de Alex Niño aparecen las conclusiones de un informe de la Sociedad Española de Psiquiatría fechado en 1966 sobre los hippies, unas conclusiones capaces de poner las greñas de punta al más melenudo de la florida tribu. Allí se dice que los hippies y jóvenes rebeldes "quieren sustituir a la familia tradicional por la comunidad gregaria con vida y libertades limítrofes a lo zoológico". Los psiquiatras iborianos suscribían también que la familia española se veía amenazada por "la divulgación de la pornografía con música africana sofisticada y erotizada" (una elocuente definición para el rock and roll) y "por el señuelo del utópico amor universal a lo Marcuse". Los hippies españoles nunca pretendieron llegar a tanto pero con informes alarmistas de tan grueso calibre no es de extrañar que los padres de los presuntos hijos de las flores que se lo podían permitir enviaran a sus retoños a marchitarse un poco en el psiquiátrico.

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