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Campanadas digeribles

Un experto suizo garantiza que el reloj de Sol marcará las doce uvas a un ritmo más lento que el año pasado

Antonio Jiménez Barca

Este año no habrá atragantones con las uvas de Nochevieja. La Consejería madrileña de Obras Públicas, la prestigiosa relojería Losada y el mismísimo Philippe Péllaton, una eminencia suiza, en la materia, se pusieron de acuerdo ayer para garantizarlo. El reloj de la Puerta del Sol sonará a una cadencia digerible.Éste no es asunto baladí. En la noche del pasado fin de año, los millones de españoles que comieron las uvas sincronizados con el reloj madrileño tuvieron que acelerar el ritmo deglutidor al que estaban acostumbrados, los tres segundos por campanada de toda la vida. Sin previo aviso, la máquina comenzó a repicar a la vertiginosa cadencia de 1'15 segundos, tiempo a todas luces insuficiente para meter una uva en la garganta y remitirla al estómago. Hubo críticas, indignación, llamadas de teléfono a periódicos e instituciones y funestos presagios para España en 1997. El consejero de Obras Públicas del Gobierno madrileño, Luis Eduardo Cortés, del PP, aseguró que aquello no se repetiría.

¿Qué pasó? Que el relojero de siempre, Vicente Rodríguez, se presentó el 31 con su artilugio retardador de costumbre, una suerte de contrapeso con dos placas de metal que utilizaba para retrasar el ritmo propio de la maquinaria. Pero Juan Blasco, el arquitecto encargado de las obras de rehabilitación del edificio de la Puerta del Sol que se llevaban (y aún se llevan) a cabo, replicó que "ni de broma" iba a aceptar el mecanismo casero de Rodríguez. Aquella fatídica noche también se encontraban en la torre los relojeros que restauraban la maquinaria de las manecillas más televisadas de España, Jesús López y Pedro Ortiz, de la casa Losada. Tampoco se dejaron llevar por el entusiasmo al ver el artilugio de Rodríguez. Así que éste, al que días después despidieron como cuidador del reloj, se fue para su casa con su aparato sin entender muy bien por qué lo que ha funcionado durante 20 años no iba a funcionar 21. "Ni siquiera me dijeron por qué estaba despedido. Ha sido una completa falta de consideración y de delicadeza", comentaba ayer Rodríguez.

Cortés, flanqueado ayer por los relojeros de la casa Losada y por Péllaton, y para zanjar el tema de una vez, dijo: "Ahora el reloj está en manos profesionales". Los de Losada, además de restaurar el reloj, han incorporado un dispositivo integrado que permite que el espacio intercampanal fluctúe entre los dos y los tres segundos.

Por su parte, monsieur Péllaton, un tipo amable y simpático, manifestó tras inspeccionar durante dos días el reloj que el trabajo de sus colegas madrileños resultó "impecable". Y si lo dice Péllaton va a misa, porque el experto manda en el taller de la institución El Hombre y el Tiempo, organismo que integra el Museo Internacional de Relojería y el Centro Internacional de Restauración de la localidad suiza de Chaux-de-Fonts.

El técnico suizo se confesó "encantado" con la labor de vigilante. Ha sido muy divertido, con todo el elemento folclórico que rodea el reloj, lo de las uvas y esto", dijo entre sonrisas. Añadió el especialista extranjero que el reloj de la Puerta del Sol "es una maravilla". "Estoy convencido de que los relojeros de Losada se lo han pasado tan bien como yo hurgando en la maquinaria, como un niño cuando juega con un mecano gigante", concluyó.

Pero al final quedaba la inevitable pregunta. El nuevo dispositivo permite un margen que fluctúa entre los dos y los tres segundos por campanada. Pero ¿cuál va a ser la cadencia, exacta de las campanadas? El consejero Cortés, aunque aseguró que lo del ritmo frenético es historia, prefirió salirse por la tangente: "Se sabrá el día 31, así hay más sorpresa".

Una pista: Cortés, amante confeso de lo británico, reconoció hace ahora casi un año que el ritmo al que hay que tender es al del Big Ben, cuyas campanadas suenan, exactamente, cada dos segundos.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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