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"Soy un revolucionario profesional", dice Carlos al comenzar su juicio en París

Ilich Ramírez Sánchez, Carlos, el activista venezolano que se erigió en símbolo del terrorismo internacional durante las décadas de los setenta y los ochenta, ocupó ayer por primera vez el banquillo de los acusados, tres años después de que la policía sudanesa le entregara a los servicios secretos franceses. El terrorista más notorio, de la época, que actuó siempre en nombre de la causa palestina y del comunismo planetario -"soy un revolucionario profesional", dijo ayer- enfrenta ahora a una pena de 30 años de cárcel por el asesinato, el 27 de junio de 1975 en París, de un miembro de su propio grupo, el libanés Michel Mujarbal, y de dos policías franceses que trataban de averiguar su identidad.

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El caso del agente doble

Se trata del primero de una serie de seis procesos que la justicia francesa tiene pendientes contra él por la cadena de atentados indiscriminados llevados a cabo entre los años 1974 y 1983. Fiel al papel que encarnó durante esas dos décadas, Ilich Ramírez respondió ayer con la mayor naturalidad y en un francés no siempre comprensible: "Soy un revolucionario profesional en la vieja tradición leninista; el mundo es mi territorio, mi última dirección era Jartum", cuando el presidente del tribunal cubrió el trámite preliminar de preguntarle sobre su origen, profesión y última dirección.Durante la primera jornada del juicio en la pequeña sala de lo criminal del Tribunal de París, ayer abarrotada de periodistas y de agentes policiales, el presunto autor de decenas de asesinatos y un largo centenar de heridos trató de recuperar el protagonismo estelar del que dispuso en sus mejores años de activismo. Decidido a llevar la iniciativa desde el primer momento de la vista, Carlos asumió personalmente el derecho a recusar a una parte de los miembros del jurado, expresó cortésmente su respeto a los familiares de la víctimas y descalificó a las acusaciones particulares tachándolas de "sionistas".

Su actual figura -la de un hombre de 48 años, pelo cano y galas, avejentado, quizá, por el aislamiento de La Santé- contrasta con la fotografía del terrorista número uno que la policía distribuyó por todo el mundo. Tampoco su intervención pareció estar a la altura de su fama de persona cultivada, inteligente y serena.

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