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FÚTBOL: 15º JORNADA DE LIGA

El Madrid paga su relajación

El Oviedo empató a dos minutos del final un encuentro que el rival pretendió vivir de la renta del gol de Raúl

El Real Madrid salió en busca del partido, tal vez espoleado por las noticias del triunfo del Barcelona en Zaragoza. Lo hizo con un alarde de convicción, tardó medio partido en encontrar un resquicio en la roca azul que ayer tenía enfrente y, cuando lo consiguió, dejó a todos perplejos apagando las luces y pretendiendo vivir de rentas. El Oviedo le dio un buen revolcón cuando ya se creía con todo el botín y, en un zarpazo final, le devolvió al Barcelona el liderato que le quitara dos semanas atrás.Empezó a rodar el balón y el Madrid se echó encima del Oviedo con evidente prisa por marcar diferencias desde el primer instante. Se habían jugado sólo dos minutos cuando Morientes daba el primer aviso desde la frontal del área. A los cinco, Raúl desperdiciaba un centro de Víctor cabeceando sin oposición al cuerpo de Esteban. El panorama que el partido dibujaba parecía el de un martillo dispuesto a golpear cuantas veces fuera necesario hasta hacer que la coraza saltara en pedazos.

Pero el Oviedo de Tabarez se siente a gusto en el papel de armadura. Una continuada racha de buenos resultados le han dado al equipo ovetense un doble barniz de seguridad y autoestima. El partido iba desgranando minutos y el Madrid tenía el balón, pero no la llave de la portería de Esteban. Cada vez que merodeaba por la frontal del área enemiga, el Madrid lo hacía frente a una defensa impávida, bien pertrechada y auxiliada en último extremo por el propio Esteban, un joven recién llegado, que cada jornada deja en evidencia a quienes insinúan que no hay porteros en Primera División para la selección Sub 21.

Al líder ya le entraron algunas dudas antes del descanso. El Madrid se vio enredado en una madeja que sólo dejaba entrever el torrente de calidad que desplegó Seedorf. El holandés fue en Oviedo la esquina más avanzada del rombo de Heynckes. Llevó su firma un curso de alta escuela; una sucesión de detalles llenos de fundamentos, toque, fortaleza física y movilidad. Hasta que desapareció del partido, el Madrid trazó todas las líneas de su juego en el eje Redondo-Seedorf, una pareja que lució una sucesión de recursos con la que su equipo mantuvo la cabeza despejada a la espera de alguna debilidad del Oviedo.

La lucidez de Seedorf y el tiralíneas afinado de Redondo carecieron de complementos. Fue recién iniciada la segunda parte cuando Raúl se sacudió por un minuto su propia ansiedad, sus prisas por ser sublime y su aparente obsesión por convertir cada balón que toca en el gol del año.

El Oviedo dejó al Madrid tejer y destejer. Su comodidad fue en aumento al ver a Morientes desconectado del partido, a Raúl en estado de ansiedad y a Amavisca fotocopiando un eslalon imposible. Fueron estos dos últimos quienes formaron la sociedad decisoria, la del gol: un centro desde la banda y un cabezazo en el primer palo. Visto y no visto.

De pronto, el Madrid se encontró con todo a favor y de forma inopinada, desapareció seguidamente del partido. Tal vez creyó que el Oviedo reservón y acomodado que había tenido enfrente en el primer tiempo sería pan comido con el marcador en desventaja. Fue una gran equivocación y el precio que pagó el Madrid por ella no fue otro que el liderato de la Liga. El Barcelona había escrito renglones parecidos en el mismo escenario dos semanas antes.

Muy pronto llegaron los primeros sustos para Cañizares. Primero, un cabezado de Dely Valdés; después, un zurdazo de Manel atajado por el meta madridista con muchos apuros, y ya sin tiempo para casi nada, el gol del empate. Ese gol que suelen encajarles a última hora a los equipos más cicateros, que pretenden cubrir el expediente sin la menor grandeza y con el mínimo gasto. Cañizares estaba salvando al Madrid de un serio disgusto, frente a un Oviedo crecido, encorajinado y valiente. En el último suspiro, Pompei, toda la noche muy apagado, acertó a conectar su zurda con precisión milimétrica. Su centro llevaba veneno y Cañizares se lo comió. Juan González conectó su cabeza entre las manoplas del portero madridista y sentenció el empate.

Roberto Carlos, que se pasó el segundo tiempo buscando la quinta tarjeta que al final vio, pudo arreglarlo para el Madrid en el tiempo añadido, pero su zurda no encontró la portería a la que su equipo había dado la espalda durante casi medio partido.

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