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Tribuna
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El juego

Un videojuego, ahora en boga, es el Cruis'world, que simula el recorrido que le costó la vida a la princesa Diana en el túnel de L'Alma. La habilidad del conductor se comprueba siguiendo ese itinerario y tratando de no estamparse. Se trata de un juego; pero sólo de un juego más junto a muchos otros que van igualando lo real a su doble, la humanidad a la pantalla plana y, en general, lo perverso a lo entretenido. En esta equivalencia se desarrollan los juegos de rol que han terminado en muertes, pero también los asesinatos en serie, las hazañas bélicas del golfo Pérsico, los criminales juegos bursátiles, los puzzles de la genética o las macabras correrías de Jarra¡ en los fines de semana. Lo lúdico ha cobrado gran valor una vez que el juego ha acaparado grandes porciones de valor. En la película En la línea de fuego, que se emitió el domingo en Telemadrid, el plan de quien pretendía matar al presidente no respondía ya al cumplimiento de una conspiración o de una venganza. El potencial magnicida identificaba su móvil con el mero placer de jugar: lo único por lo que su riesgo le merecía la pena.Traspasar la realidad es la base de los juegos infantiles, pero fuera de ellos la consciencia sofrena la simulación en violencia y la representación en cadáveres ciertos. Esta frontera, cada vez más fluorescente, ha comenzado a fundirse. De acuerdo con el acabamiento de la moralidad, sea en la vida política o en la economía, la sociedad ha ido criminalizándose y, de su parte, la población, degradada la cultura, ha llegado a infantilizarse. El linde que definía la figuración va haciéndose cada vez más débil y la conciencia puede intercambiar lo real por lo virtual o lo virtual por lo real con enorme transparencia. En consecuencia, la calumnia, el robo, el mal es parte del juego, y lo moral una rémora para seguir jugando.

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