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Accidentes

La semana pasada, la Comunidad madrileña ha estado de luto. Siempre hay muertes, pero en esa semana dos accidentes de tráfico provocaron la general consternación. Uno fue el ocurrido en el bus-VAO de la carretera de La Coruña; otro, aquel de la calle de Guzmán el Bueno en el que murió atropellada una niña de tres años.Las imágenes del accidente del bus-VAO eran espeluznantes: el coche aplastado por dos autobuses se había convertido en un amasijo de hierros, dentro del cual quedaron pulverizados dos ciudadanos. El de Guzmán el Bueno resultó horrible. Siempre que hay niños o abuelos por medio es difícil soportar la pena, y aquí se daban ambos casos: la niña destrozada, su abuela con unas lesiones brutales que obligaron a amputarle una pierna, otro nietecito con un brazo fracturado.

Si ambos accidentes fueron evitables lo dirá la investigación. La verdad es que muchos de los accidentes son imprevisibles. Nadie está libre de que circulando en coche con guarda de las distancias debidas se le venga encima otro que corre detrás; nadie de que, aguardando prudentemente en la acera a tener franco el paso, lo arrolle de súbito un automóvil descontrolado.

El problema, naturalmente, parte de quien causa las muertes. ¿El conductor del autobús que provocó el accidente en el bus-VAO iba atento y mantenía prudencial distancia? ¿El conductor del coche que atropelló a los niños y a su abuela llevaba exceso de velocidad? ¿Cómo influyó en el descontrol de este coche una furgoneta que estaba estacionada indebidamente en doble fila?

Madrid es un caos en lo que al tráfico se refiere, porque una parte, seguramente no escasa, de los conductores madrileños conduce, con peligro para todo el mundo. En cuanto una vía aparece expedita, se lanzan a velocidades muy superiores a esos 50 kilómetros por hora, que es la máxima permitida en la ciudad. Si está atestada, cambian continuamente de carril por el sencillo procedimiento de echarse encima de los demás vehículos y el que venga detrás que arree. Si se encuentran con un semáforo rojo, se lo saltan porque les da la gana.

Todos los días hay accidentes en Madrid a causa de estos excesos, que llaman infracciones, pero que uno calificaría de agresiones intolerables o acaso de actos criminales. Según la estadística, cada año aumentan, y si la progresión continúa, circular por está ciudad, que ya empieza a parecer sin ley, puede convertirse en una terrorífica peripecia.

La ciudadanía no puede estar a expensas de las distracciones imprudentes de los demás, menos aún de la prepotencia y de la chulería de unos cuantos. Meter el coche a cien por hora en una calle o saltarse un semáforo no es sólo transgredir las normas del Código de Circulación, sino también ponerse por montera el mundo con total desprecio de las vidas humanas.

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Hay quien opina que los accidentes son una consecuencia inevitable del progreso. Pero no es cierto. Nadie tiene por qué resignarse a que los avances de la civilización desencadenen tragedias.

El coche será fruto del progreso, pero eso no justifica que lo maneje cualquiera.- Los que son incapaces de dominar sus estados, de ánimo o los que menosprecian las normas a despecho de riesgos propios y ajenos no pueden conducirlo. Los que liberan su agresividad, quizá su complejo de inferioridad, pisando el acelerador y maniobrando agresivamente contra los demás conductores, tampoco. Dejar un coche a disposición de los irresponsables, de los violentos y de los desalmados es como ponerles en las manos una bomba para que hagan con ella juegos malabares.

A lo mejor depurando conductores, quitándoles el carné a los peligrosos o negándoselo a los locoides se venden menos coches y el gremio se queja de las pérdidas, Bueno, pero habremos ganado vidas.

Los ciudadanos del bus-VAO y la niñita de Guzinán el Bueno no tuvieron que morir. Nada, en ningún caso, bajo ningún concepto, justifica esas muertes que nos han roto el corazón.

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