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Hablemos del Golfo

"Parece que van a volver a echarnos la guerra del Golfo". Así rezaba el personaje sentado con los pies en alto dispuesto a observar la pantalla de su televisor casero en un reciente dibujo de El Roto publicado en las páginas de EL PAÍS. Desde luego la lectura de la prensa y la escucha de las emisoras de radio y de los canales de televisión confirman ese pronóstico aciago. Sobre todo si atendemos a la prensa, radio y televisión extranjeras, porque los medios nacionales en muchos casos prefieren ocuparse de otras guerras y relegan esta que se vuelve a preparar en el Golfo Pérsico a paginas interiores. La guerra que así se anuncia pasa en estos días por una decisiva preparación mediática. Preparación que ha sido una constante de todos los conflictos bélicos desde el que enfrentó a España con EE UU en 1898 y que supuso la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Ahora los procedimientos son más depurados y las guerras se venden depuradas, "llave en mano".Como ha recordado ayer en la SER un colega, los que van a contender antes de amunicionarse necesitan cargarse de razón. Por eso se disponen a exaltar la necesidad y la justicia de la propia causa y a desalojar al adversario de cualquier posición o reducto moral. Tratan de satanizar al que configuran como enemigo y se esfuerzan en poner de manifiesto sus aviesas intenciones siempre amenazadoras. La primera batalla se libra ante la opinión pública del propio país que se va a ver comprometido. Claro que esa batalla mediática tiene perfiles diferentes cuando se trata de un país de la esfera democrática y cuando el régimen imperante es de carácter dictatorial cualquiera que sea su signo -feudal, religioso o marxista-leninista.- Para estos trabajos es necesaria la simplificación argumental, la eliminación de los matices en los que anida siempre la resistencia al fanatismo movilizador. A favor de los activistas bélicos cuenta el hecho de que para el ciudadano medio es muy difícil situarse en la beligerancia al servicio de la moderación. La beligerancia extrema requiere condiciones temperamentales muy marcadas, más acordes por naturaleza con la asunción de riesgos.

Ya nos advirtió José Bergamín sobre el componente biológico del fascismo y de otros extremismos cuando dijo que había conocido muchas víctimas de lecturas y de compañías equivocadas pero que fascistas auténticos, viscerales e irreductibles sólo había conocido dos, cuyos nombres están en sus escritos, aunque ahora los reservo para evitar daños colaterales. En breve, carácter tantas veces unido al destino. De ahí también la facilidad de los dotados de cierta herencia genética para pasar de uno a otro extremo en cuestiones de política o de religión. ¡Marchando un hispanista!, porque falta un estudio serio sobre los seminarios diocesanos y noviciado de las órdenes religiosas en el País Vasco como cantera básica para la recluta de los etarras aplicados al terrorismo. Aún recuerdan en un colegio mayor de la Ciudad Universitaria madrileña el inaudito coloquio con aquel adelantado Inspector de alcantarillas, Ernesto Giménez Caballero, que se deleitaba exaltando el componente místico de falange española y concluía aceptando que entre esas cumbres espirituales y el recurso de los falangistas a las armas en el frente y en la retaguardia apenas había una distancia imperceptible. Los curas guerrilleros, ejemplo de ascetismo máximo, todavía ofrecen esa misma estampa en las abruptas sierras americanas.

Porque las exageraciones muchas veces cruzan la divisoria de las aguas y se depeñan por el otro lado de la colina que siempre mantuvo intrigado al genio militar de Wellington. Qué frecuente es el aduanero riguroso que termina en contrabandista, el predicador ferviente entregado a los placeres que fustiga, el policía máximo que se contamina de delincuencia, el regeneracionista flagelador que se revela corrupto, el inquisidor infatigable que se desliza hacia la herejía. Aquí, mientras tanto, el presidente Aznar invoca el adiestramiento de sus predecesores para adelantarse oferente a las solicitudes norteamericanas para cualquier apoyo que precisaran mientras algunos se preguntan por qué Washington se empeña en suplantar a la ONU y por qué España no puede ser un aliado sólido y cooperador de EE UU pero con criterio propio, a la francesa.

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